Fin de un capítulo y comienzo de otro

Hoy dejamos atrás una etapa dominada por distintos matices, según el escenario desde el que se evalúe. En el plano personal, habrá quienes se lamenten de episodios desagradables, como la pérdida de un ser querido o infortunios en otros ámbitos individuales, pero otros podrán tener motivos para evaluarla con saldos positivos.

Desde la perspectiva social, Guatemala se separa de un año complicado, en el que la justicia, la democracia, la gobernabilidad y la ética pública enfrentaron enmarañados desafíos, a causa de la debilidad institucional para hacer prevalecer el estado de Derecho o por la conducta imprudente de quienes, pese a buscar eminencia en la alta burocracia o ya estar en ella, profesan conductas situadas en las antípodas de la decencia.

Dicen que lo único seguro y constante es el cambio, y en ese tránsito cerramos un período de abatimiento por otro de expectación. Pasa a la historia un gobierno cuyo saldo en general es negativo, y comienza otro que deberá administrar el país en una etapa de vacas flacas y con numerosas demandas sociales que le barruntan presiones.

No será un año fácil, pues aparte de la crisis fiscal, la inseguridad, la ineficiencia gubernamental, el creciente poder del crimen organizado y la guerra contra el narcotráfico, el ambiente está contaminado por una inesperada polarización ideológica como resabio del conflicto armado, y que a 15 años de la firma de la paz ya se creía superada. Tampoco somos ajenos a las dificultades políticas y económicas mundiales y que es previsible que impacten en las exportaciones, el turismo y en la asistencia financiera para el desarrollo.

El bicentenario en lontananza invita a la reflexión acerca del futuro, y para preguntarse qué significa ser guatemalteco, dónde quisiéramos que estuviera la Patria y si como individuos y ciudadanos estamos dispuestos a luchar por propiciarle un mejor destino.

La próxima década será decisiva para salir del pantano de los desaciertos políticos o hundirnos más en él. Estamos a apenas tres años del plazo para alcanzar las ocho Metas del Milenio y es escaso o nulo el avance en la erradicación de la pobreza extrema, la promoción de la igualdad de género, la reducción de la mortalidad infantil, el mejoramiento de la salud materna y el combate del sida y otros males endémicos. Esto complica el pago de la deuda vergonzosa con quienes carecen de las condiciones básicas para llevar una vida digna.

Solo con la reivindicación de los desposeídos se podrá atenuar la profunda inequidad social, que es el detonante de nuestra difícil conflictividad. Sin la desactivación de ese contexto explosivo es imposible que eche raíces la hoy endeble democracia y que, como fruto de su fortaleza, aspiremos a compartir un país justo, próspero y pacífico.

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