ALEPH

La banda y la bota

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Por estos territorios se tiene todavía bastante aprecio por la banda presidencial y la bota militar. En la cabeza de millones de hombres y mujeres guatemaltecos perviven las ideas del presidencialismo, el caudillismo y el autoritarismo. No por casualidad el partido de la corbata roja usó la banda presidencial para su campaña y el de la mano dura que va de salida, liderado por un militar de carrera, logró sentarse en el sillón presidencial gracias a los votos más conservadores de la capital.

Hay un misterioso gusto por los uniformes, las bandas azul y blanco y los juegos de soldaditos. Y la estabilidad es concebida como un asunto de buenos dictadores y malos ciudadanos (porque la buena ciudadanía implica participación directa en la vida nacional). Así se preserva el ecosistema de la partidocracia. Ese miedo a no tener quién nos diga qué hacer, por un lado, y ese clientelismo partidario, por el otro, es lo que ha sostenido el oligopolio guatemalteco de partidos políticos durante tanto tiempo. Eso es lo que ha preservado instituciones corruptas (públicas y privadas) que de poco le sirven a nuestra democracia. Eso es lo que nos ha dejado sin conciencia ciudadana y sin democracia participativa. No es casualidad que haya diputados que lleven 31 años en el Congreso y linajes de tres y cuatro generaciones de políticos intocables y corruptos.

El otro día escuché a una exministra decir que solo desde la política partidaria y las instituciones políticas tradicionales se podía cambiar Guatemala. Disiento. La política partidaria no es la única vía para hacer país y transformarlo. No solo los que llegan a un puesto público tienen la potestad de cambiar los destinos de una nación (aunque tomen decisiones) y no solo los que hacen gobierno se han ganado el derecho de hablar de lo que hacen por su país. En Guatemala cabe preguntarse, por ejemplo, ¿quién hace más país, un mal político o una buena maestra? ¿Eso no invalidaría las acciones de sociedad civil (organizada o no) para la transformación de Guatemala? ¿Quiere decir que el Cacif, por ejemplo, no hace política y no incide para nada en las decisiones de los políticos de turno? Todos los que influimos en nuestros espacios somos entes políticos.

La visión de que los partidos son los únicos vehículos para ejercer el poder y cambiar un país es obsoleta y parcial, y es precisamente la que ha promovido que tantos políticos se crean clase aparte, respondan a intereses sectoriales y estén tan frecuentemente divorciados de la realidad. Transformar un país está en las manos de todas y todos, y por eso es que algunos creemos que hay que romper el oligopolio de los grandes partidos en Guatemala. Es tiempo de abrir más vías de participación, tanto para hacer gobierno como para que cada quien participe desde sus espacios en la construcción del país que queremos.

Vemos cómo, en las recientes elecciones de México, el fenómeno de las candidaturas independientes ha sido la noticia. El Salvador y España, entre otros, también pueden dar cuenta de candidaturas independientes o comités ciudadanos reconocidos por los organismos electorales, que han venido ganando terreno. Estamos ante otras formas de articulación y expresión política. Quien no se suba a ese tren, ya se quedó.

Los partidos tradicionales ya no representan a las mayorías. Estamos hartos de una partidocracia que nos ha empantanado y ha sucumbido al capital tradicional y emergente (o más bien juega a la política para servir a estos capitales y de paso convertirse en uno), dejando de lado las agendas de nación. Ya no queremos marchar, sino relacionarnos para la acción, porque la dignidad no es un concepto, sino una manera de vivir, y parte de cosas tan simples como el alimento, la educación, la salud, el buen empleo, la justicia, la libre expresión y la seguridad para todos. Cabal lo que se han robado los políticos (y sus socios).

cescobarsarti@gmail.com

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.