DE MIS NOTAS

La semilla de la discordia

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La semilla de la discordia se ha venido germinando desde tiempos atrás en el Valle del Polochic, entre fértiles tierras que alguna vez fueron selva profunda, y a finales del siglo XVIII las comenzaron a explotar migrantes de la Europa convulsa de esa época y algunos criollos. La población de Guatemala en ese entonces no pasaba de los 600 mil habitantes.

Con abundante tierra y mano de obra barata, debido a varias legislaciones durante los gobiernos de Barrios y Estrada Cabrera, enfocadas a fomentar la expansión económica con la siembra del café, se dio el primer desarrollo de esa región. El Ferrocarril Verapaz —con su conexión del vapor pluvial inaugurado en 1890— aseguraba una ruta expedita para exportar a los mercados internacionales.

Para poder entender la “Ley contra la Vagancia” y el “Reglamento para Jornaleros” de aquella época, así como las contribuciones forcivoluntarias o “derramas” que la Iglesia Católica ejercía sobre la población indígena, es necesario analizar el contexto de los derechos humanos de aquella época, habida cuenta que la sociología política mundial de ese período aún avalaba el vasallaje. Los Estados Unidos abolieron la esclavitud hasta en 1895. Y no fue sino hasta en 1957 que se abolió la segregación en los Estados Unidos y el pleno goce de los derechos civiles.

Sin duda estas transformaciones sociopolíticas fueron posibles gracias a pensadores como Charles Montesquieu, que en su obra Espíritu de las Leyes (1748) escribiera:

“En el Estado en que un hombre solo o una sola corporación de próceres, o de nobles, o del pueblo administrase los tres poderes, y tuviese la facultad de hacer las leyes, de ejecutar las resoluciones públicas y de juzgar los crímenes y contiendas de los particulares, todo se perdería enteramente. Cuando los poderes Legislativo y Ejecutivo se hallan reunidos en una misma persona o corporación, entonces no hay libertad porque es de temer que el monarca o el senado hagan leyes tiránicas para ejecutarlas del mismo modo”.

Con este contexto, quizás, podamos entender mejor la situación del Valle del Polochic y las razones de los conflictos agrarios con las comunidades que reclaman las tierras comunales que en aquella época poseían, y algunas invasiones que simplemente se han venido dando siguiendo la inercia que el vacío de poder está ejerciendo en esas regiones, debido a que el poder coercitivo de la ley no se cumple.

Todo el andamiaje legal se viene abajo si se toleran tales actos y no se juzgan por lo que son. Peor aún, se envía un mensaje de impunidad que alienta la anarquía y la violación de derechos constitucionales de “todos” los habitantes de esa región.

El ingenio Chabil Utzaj cerró operaciones debido a la inseguridad y a las invasiones que se han venido dando. Ante un horizonte de conflictividad en aumento y los precios del azúcar en descenso, la empresa decidió cerrar. Se perdieron no menos de 1,200 empleos y el efecto dominó en futuras inversiones generadoras de empleos más beneficiosos que los derivados del monocultivismo.

El Fondo de Tierras debería con urgencia iniciar el proceso de venta de parcelas a las familias afectadas llegando a arreglos con los acreedores bancarios. Sin embargo, estos son paliativos de mediano plazo.

Es un hecho que desde hace años la agricultura intensiva absorbe por la vía de la compra legal de tierras las parcelas improductivas de los campesinos. Veamos los parcelamientos en la Costa Sur como ejemplo. La mayoría de tierras fueron vendidas.

La explosión demográfica es un hecho. La población crece, la tierra, no. Los campesinos deben tener acceso a empleos bien remunerados y sus hijos deben recibir educación, la única herramienta para el desarrollo en el nuevo milenio.

ESCRITO POR:

Alfred Kaltschmitt

Licenciado en Periodismo, Ph.D. en Investigación Social. Ha sido columnista de Prensa Libre por 28 años. Ha dirigido varios medios radiales y televisivos. Decano fundador de la Universidad Panamericana.