EDITORIAL

Abre cumbre ante políticas inciertas

Las marcadas contradicciones y giros de la política de Donald Trump, tanto en lo interno como en lo externo, han sacudido a todo el mundo, sobre todo porque la única certeza es que apunta a un gobierno caracterizado por un nacionalismo egocéntrico que puede resultar perjudicial para otras naciones, principalmente en aquellos temas relacionados con la adjudicación de recursos o la recepción de migrantes.

Los tres países que integran el Triángulo Norte, El Salvador, Honduras y Guatemala, encajan en esa categoría y corren el riesgo de llevarse un enorme chasco si cifran sus esperanzas en los aportes ofrecidos por la administración de Barack Obama para el desarrollo de la región, ya que ahora el panorama es sombrío, como precisamente lo acaba de proponer el propio Trump en su reciente iniciativa de presupuesto enviada al Congreso.

Es tan distante la relación entre estos gobiernos y la Casa Blanca que el Departamento de Estado se anticipó a advertir, dos días antes de la cumbre que se inicia hoy en Miami, que los mandatarios no pueden hablar del TPS en esa reunión, un duro mensaje para naciones que viven en crisis permanente debido a la pobreza, la violencia, el narcotráfico y la corrupción.

No obstante, las demandas estadounidenses hacia estos gobiernos han ido en aumento, sobre todo en materia de seguridad y también en cuanto a crecimiento económico, a fin de reducir la necesidad de que miles de personas emigren en busca de una mejor vida.

Si bien la conferencia que empiezan hoy los presidentes centroamericanos con altas autoridades estadounidenses está encaminada a buscar la prosperidad y la seguridad en el Istmo, es previsible que del norte se reiteren los condicionamientos, pese a que históricamente buena parte del devenir de estas naciones ha estado sujeto a decisiones e intervenciones estadounidenses que ocurrieron hace décadas pero aún siguen teniendo consecuencias.

No será una tarea fácil y mucho menos se deberían esperar resultados en un corto plazo, pero los mandatarios deben superar cualquier titubeo y señalar de manera respetuosa, pero directa, que no es sensato el planteamiento de Washington de reducir en alrededor del 40 por ciento el monto de ayuda a la región, pues tales ahorros se revertirán en el futuro y representarán un mayor costo en términos de desarrollo.

El Plan de la Alianza para la Prosperidad, planteado por Obama en el 2014, corre el riesgo de estancarse si la visión estadounidense se ve dominada por el cortoplacismo y las decisiones emocionales basadas en prejuicios o cálculos de ahorro cuantitativo que a la larga impactarán cualitativamente a toda la región.

Generar condiciones de desarrollo a fin de disminuir la migración es una idea que tiene sentido porque realmente nadie quiere abandonar a su familia, su rutina o su hogar, a no ser por dramáticas necesidades insatisfechas.

Los presidentes deben exponer con gallardía sus necesidades, pero también aprovechar la oportunidad de estar ante funcionarios y empresarios de Latinoamérica y Europa, quienes están invitados a ver en esta área opciones de inversión.

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