PRESTO NON TROPPO

Beethoven y Tchaikovsky

El recién pasado día miércoles, bajo los auspicios del Departamento de Artes Escénicas de la Universidad Francisco Marroquín, se presentó un recital de gran gala, con dos obras absolutamente arraigadas dentro del repertorio clásico. Por una parte, la celebérrima Quinta Sinfonía de Beethoven; por la otra, el igualmente acreditado Primer Concierto para Piano de Tchaikovsky.

Amén a los propósitos de nuestro tiempo, a veces las Sinfonías de Beethoven parecen existir únicamente para un grupo selecto de personas con poder adquisitivo —cultural tanto como económico—, dirigidas en Europa y en otro tiempo, por figuras como Wilhelm Furtwängler o, luego, por su legatario Herbert von Karajan. Como invitado para conducir a la orquesta del Festival Bravissimo, en 2018, el maestro mexicano Héctor Guzmán demostró que la historia puede ser otra. Director de orquesta mexicano, con notable trayectoria en los Estados Unidos, su versión de “La Quinta” devino en una briosa traducción de la partitura beethoveniana a las posibilidades de una sinfónica guatemalteca. Excelente el trabajo de los alientos-madera. Menos adecuado, el de cuerdas y bronces. Empero, un balance general bueno y alentador. Persona afable e insigne, el maestro Guzmán supo llevar a buen término su labor del día 23. Agradecimientos por su actitud amplia y espléndida.

Vamos, ahora, a lo que todos y todas querían escuchar. El primero de los tres conciertos para piano y orquesta que Tchaikovsky creó en el plazo de veinte años, dedicados a este instrumento, y que el solista ruso Aleksandr Kobrin tocó de manera impecable. Es de recordar que este compositor ruso no deja de ser objeto de controversia, desde el momento en que, como un insignificante abogado (todavía a la edad de 26 años), decide consagrarse enteramente a la composición musical. Su actitud personal, para superar traumas de la juventud, es preponderante. Mas, la generosidad de su mecenas, Nadezhda von Meck (una reiterada llamada de atención a los pudientes de este país…), le permite dedicarse a la composición musical durante casi década y media.

Aquí es de importancia enaltecer la intervención de Kobrin, en tanto solista al piano. Como propietario —en todo el sentido de la palabra— de una formidable técnica de ejecución, Aleksandr Kobrin vino a deleitar a un público que estaba bien dispuesto para apreciar emocionalmente lo que Tchaikovsky tiene que decir hoy en su obra en tanto antecesor e importante influencia en Rachmaninov, Stravinsky y Prokofiev. La absurda clasificación del primer gran autor musical ruso como un autor perfumado y superficial es más la prueba que descalifica a sus críticos, que una verificación del lugar que ostenta como un compositor profundo y bien logrado. En ese sentido, Kobrin no es simplemente dotado, sino un virtuoso bien enterado de lo que hace. Su magnífico entendimiento de las voces internas de una interpretación pianística (el llamado voicing del instrumento), aunado a su límpida forma de obtener las figuras que requieren esa plena comprensión del pensamiento musical, fue más que suficiente para agenciarse el aplauso de la concurrencia. Pero Kobrin no tenía una agenda de complacencia. Apenas ofreció, como bis, el primero de los “Estudios Opus 25” de Chopin. Luego, sin despliegues, el brillante y musicalmente compenetrado ejecutante se apresuró a retirarse de la sala. Racional, claro y perfeccionado en su arte.

Muy bueno y digno de felicitación este concierto. Un saludo desde la primera fila del agradecimiento y la apreciación de esta fiesta de la música.

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