EDITORIAL

Demencial acto de terror

Un nuevo acto de brutalidad terrorista estremeció a Francia, justo la noche en que ese país festejaba su fiesta nacional, con motivo de un nuevo aniversario de la Toma de la Bastilla, que marcó el momento crucial de la Revolución Francesa, un hecho histórico que enmarcó la génesis de la declaración de los derechos humanos y ciudadanos.

Un tunecino identificado como Mohamed Lahouaiej-Bouhlel, de 31 años, fue el causante de la segunda peor tragedia de los últimos ocho meses, al desatar una noche de pesadilla en la ciudad mediterránea de Niza, en la Riviera Francesa, donde ejecutó una barbarie totalmente injustificable desde cualquier punto de vista, político, religioso o social: mató a 84 personas, entre niños, adolescentes y adultos, a bordo de un camión que utilizó como arma en una irracional embestida.

La tragedia pudo ser mayor si el terrorista no hubiera sido abatido por agentes de la policía francesa, aunque la cifra de víctimas mortales todavía puede aumentar, debido a que por lo menos 52 de los heridos se encuentran en estado crítico.

Los móviles del ataque todavía no están del todo claros, aunque antenoche el presidente Francois Hollande no dudó en calificarlo como un acto de terror. Por su parte, el primer ministro francés, Manuel Valls, tampoco titubeó al referirse al atacante como “un terrorista, sin duda relacionado con el islamismo radical de una forma u otra”.

Si bien ninguna agrupación extremista ha sido vinculada con el ataque, lo cierto es que el solo hecho de haber ocasionado la muerte de tantas personas de una forma tan brutal permite identificar la agresión colectiva como un acto barbárico que busca generar psicosis, temor y zozobra. Cabe destacar también que el atacante transportaba en el camión de la muerte numerosas armas y municiones, en una clara muestra de que la finalidad del atentado era mucho más siniestra.

Si bien es cierto que el atacante ha sido descrito por sus propios familiares como una persona taciturna y violenta con su esposa, también hay que anotar que Francia se ha convertido en blanco de grupos extremistas durante los últimos meses, precisamente por sus ataques contra los grupos islamistas vinculados con los yihadistas.

Este nuevo hecho vuelve a plantear el precio de las libertades y las amenazas a las que están expuestas naciones como Francia y algunos de sus vecinos, o del mundo occidental, que deben librar una batalla contra esas expresiones extremistas.

La solidaridad con el pueblo y el gobierno francés ha sido masiva, pero también debe ser amplia la colaboración de las naciones vecinas, que deben redoblar esfuerzos para que la protección de la población, con el mínimo costo en materia de libertad, pueda ser coronada con éxitos, pero sobre todo con reducirle espacios a cualquier expresión fanática de intolerancia.

Asimismo debe comprenderse que el proceso de secularización que ha tenido la sociedad europea ha generado un campo abierto para que expresiones de extremismo religioso ocupen el lugar que antes tenían los principios rectores y fundantes del cristianismo.

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