PRESTO NON TROPPO

Dinero hay; lo que no hay es presupuesto

Paulo Alvaradopresto_non_troppo@yahoo.com

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Le ha sucedido a todo aquel que se sube en el tablado de un escenario, de una sala, de un café teatro, para presentar unas canciones, una función de danza o una obra teatral. Alguna vez, cuando menos, ha llegado alguien a rogarle de última hora que lo deje entrar de gratis a la presentación. “Es que…”, afirma de modo lamentoso, “no me alcanza”. El artista se conmueve, lo deja pasar y comienza el recital, solo para terminarse percatando de que el astuto sujeto se gastó en comida y bebida lo que supuestamente no tenía para cubrir el costo de admisión.

Las más de las veces “no tengo” es la máscara de “no quiero gastar en eso”. Desde las personas que con vehemencia dicen apoyar las iniciativas para ayudar tardíamente a un notable moribundo (pero ni siquiera llegan a un show en beneficio del necesitado) hasta las instituciones pudientes que dicen apoyar las buenas causas (pero no les preocupa en qué ayudan, sino qué provecho van a obtener)… todo mundo es capaz de procurar dinero. Lo que no necesariamente puede la mayoría es equilibrar el destino que le da a ese dinero. Pensemos en un jovencito que, con tal de llegar a tiempo a su precario empleo, a duras penas junta Q700 para hacerse de una bicicleta. Otro, con 10 veces más posibilidades, reúne Q7 mil y adquiere una moto usada. Siguiendo la misma proporción está el que compra un furgón repartidor de segunda a Q70 mil, aunque se quede endeudado por el préstamo. Si volvemos a multiplicar, un hacendado se somata Q700 mil en un deportivo de lujo para sus fiestas de fin de semana. Sin embargo, ¿cuál de estos estaría dispuesto a gastar los Q700 que mencionamos al principio, con el propósito de acudir a un centro cultural y presenciar un acto artístico de gran nivel? Para eso no tiene ¿ni el que tira a la basura la gran bandeja de salmón que ninguno consumió en la cena, porque los comensales preferían comida chatarra?

Estas consideraciones se aplican de manera particular a todos aquellos y aquellas –entidades tanto como individuos acaudalados– que adoptan una indolente postura reactiva antes que una inteligente actitud proactiva al momento de especular si invierten materialmente en arte y cultura. A consecuencia, por lo general deciden reaccionar cuando ya es demasiado tarde (como excusa para no comprometerse), en lugar de anticiparse a los acontecimientos (y compartir ganancias). Cuentan con los recursos, sí; pero no cuentan con la amplitud suficiente para embarcarse en lo novedoso, lo desacostumbrado, lo que no conocen, lo que no entienden, lo que les asusta, lo que… “no tenían presupuestado”. Aquí es cuando les conviene invocar las estrategias de planificación, el reacomodo en los rubros de inversión, la confianza de los accionistas, la recesión económica, argumentos que disfrazan la falta de voluntad, de interés o, simplemente, de discernimiento.

La empresa cultural y la actividad artística no tendrían por qué representar pérdidas para nadie si estuvieran adecuadamente contempladas dentro de cada presupuesto. Las artes como parte importante del currículo de estudios, en lugar de motivación frívola y estéril para involucrar a los alumnos; el espacio incluido en el diseño de las áreas de trabajo, en lugar de improvisar espectáculos en el patio de los edificios de negocios; el pago cabal y el uso apropiado de los impuestos, en lugar de reconocimientos extemporáneos e inútiles para los grandes exponentes de la cultura nacional; el presupuesto completo y bien orientado a recompensar a todos los involucrados en la producción simbólica de un país, en lugar de los discursos vacíos de empresarios, comerciantes y funcionarios públicos con pretextos patéticos.

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