ALEPH

El mecanismo (también se rompe)

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“Es fácil entender el por qué ciertos sectores políticos, sociales, económicos (y militares/el paréntesis es mío), se oponen al trabajo del MP y CICIG. Este es el resumen de los procesados hasta el día de hoy: 2 Presidentes, 1 Vicepresidenta, 1 Presidente con antejuicio, 3 candidatos presidenciales o vicepresidenciales, 19 altos funcionarios de gabinete, 3  secretarios de la presidencia, 4 jefes de la Superintendencia de Administración Tributaria (SAT), 1 presidente del Banco Nacional, 1 Directorio del Seguro Social, 25 diputados, 4 magistrados de la Corte Suprema de Justicia, 3 magistrados de apelaciones, 6 jueces, 12 militares, 155 empresarios incluidos líderes de negocios de renombre, 9 miembros de directorios bancarios, 3 propietarios o representantes de emporios mediáticos, 182 oficiales y servidores públicos, con procesos penales por corrupción, algo sin precedente en Guatemala, en la región o en el hemisferio”.

El mensaje anterior aterrizó en mi bandeja de mensajes una tarde hace varios días, cuando aún no se había sumado el caso de los tres militares ligados a hechos de corrupción en la Industria Militar. Y habría que analizar despacio el caso de varios de los políticos del párrafo anterior, quienes más allá de ocupar cargos políticos, también son militares. Pero más que intentar diseccionar los datos anteriores con bisturí fino, lo que pretendo es hablar de una práctica normalizada en Guatemala: la de la corrupción que, como un cáncer, ha enraizado y hecho metástasis en todo nuestro cuerpo-país. Hablo de un mecanismo que precisa de minuciosos relojeros trabajando a la perfección, para que cada pieza esté en su lugar y la hora sea dada con la mayor precisión posible. Un mecanismo que nunca pudo haberse diseñado y puesto a trabajar sin esos relojeros. Así que la corrupción es causa y consecuencia. Causa de todos nuestros males y consecuencia de un diseño perverso que no surge espontáneamente, sino tiene hondas raíces históricas.

Y a propósito del mecanismo, acabo de terminar de ver la primera temporada de una serie que ha causado revuelo en Netflix y lleva el mismo nombre: El Mecanismo. A esa serie le presté el nombre de este artículo. Su cocreador, José Padhila, dice que es una serie de ficción basada en algunos hechos reales, específicamente en el caso Operación Lava Jato (Lava autos, en portugués), que habla sobre el caso Petrobras en Brasil, que involucra a tres presidentes: Lula, Rousseff y el actual, Michel Temer. Ficciones, intenciones, denuncias e inexactitudes aparte, yo quiero resaltar el “cómo” de una práctica que sí se refleja bien en cada capítulo de la serie y está institucionalizada (esa sí) en Guatemala, como en varios otros países del continente latinoamericano.

Se habla de que la serie es “ingenua y engañosa”, usada políticamente para interferir con la campaña de Lula, reduciendo complejos temas políticos, históricos y sociales a la lucha contra la corrupción. Pero más allá de esto, desnuda la forma en que opera el mecanismo de la corrupción en nuestra Latinoamérica, tan golpeada en la segunda mitad del siglo XX por guerras, conflictos y dictaduras militares. En nuestro país también hay un “Mário Garcez Brito”, alias O Mago, que se la pasa haciendo lobby al más alto nivel y resulta siendo abogado defensor de los contratistas que se encuentran en problemas con la justicia. En nuestro país también hay un Ibrahim, con mente fría y sin corazón, en la intersección donde se cruzan todas las líneas de la corrupción, delatando a unos y otros y moviendo los hilos para que el suyo no se corte por lo más delgado.

En nuestro país también está el equivalente al policía Marco Rufo, que destapa todo el caso a partir de investigaciones minuciosas, lo cual le cuesta su estabilidad familiar y seguridad personal. En Guatemala también hay personajes que podrían ser protagonistas de todas las temporadas de la serie. Porque lo que hemos perfeccionado es el mecanismo. Ese que hace que las élites de distintos sectores hagan de la corrupción una profesión de éxito, cual perfectos relojeros.

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.