SIN FRONTERAS

El momento del hielo

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Aún vocalizar su nombre no es tan fácil. Vaya, un carajo bien difícil, más bien, se tendría que admitir. El lugar se llama Lajcholaj, vocablo que de seguro se acentúa y lleva apóstrofos, pero que hoy no sé ni dónde colocar. La aldea queda, digamos, en el núcleo, el corazón de Huehuetenango; en la entrada a San Rafael La Independencia; en la cima de la sierra. Verde, frío y tierra envuelven el paraje. Imagine un lugar donde las nubes y las personas se funden en uno, cada mañana. Hay sitios del país que cuando un ladino entra no logra hablar con la mayoría de la gente. La “castilla”, cual le llaman, es en serio escasa por ahí. En el centro de su calle está la única tienda. En ella, recibe de mascota un pequeño búho, al que llaman ton-ton, el nombre, en q’anjob’al, de esa plumífera especie. Lajcholaj se imagina desde afuera pobre, decaído e indigente; y lo es, en buena parte, pero de manera en extremo peculiar. Pues ahí, una casa sí, una casa no, emergen templetes a la exuberancia, los palacios de la remesa. Con piso sobre piso, las moradas lucen la estrella americana. Un símbolo que identifica entre los vecinos al que abandonó ese carajo de pobreza, para arrebatar, con su trabajo, su propia cuota de felicidad material; esa, a la que los himnos mencionan, tenemos derecho todos los humanos.

Del laberinto de redes tejidas entre norte y sur, uno de sus hilos fue el que condujo a los hombres de esta aldea hacia las fábricas polleras en Ohio, en Carolina del Norte. Reclutadores identificaron como buenos a los trabajadores que venían de sitios como este; garantizaron plazas para quienes fueran llegando. Los gastos locales podrán haber sido altos para un inmigrante, y el salario, el más bajo del lugar. Pero ser remunerado por trabajo era algo nuevo para ellos, y esto sin duda los revolucionó; trajo a la vida a los pueblos de una manera que nunca habían conocido. Pronto, manos a la acción, su red se entramó, ante el asombro infinito de ver el resultado. Paredes de block, camiones con gasolina, vestido, comida. El comercio empezó a fluir, y su máxima expresión es la cercana San Pedro Soloma. Emergente, la capital comercial de toda una nación, la q’anjob’al, donde subyace la economía de la remesa.

Por ideologías, podrá haber diferencias de criterio. Pero pocos fallarán en aceptar así el techo de los trenes cargados de almas forjadas de ilusión. La gente busca la vida. Pero tanta gente, tan abandonada, tan ineducada, fue vista como un problema. El tapón es militar y en esto la humanidad carece de cabida. Con el fin del sueño se ve en preludio un momento de hielo. Los soñadores comienzan a no soñar, las redes de coyotaje a encarecer el viaje y menos familias se juntan para designar al joven en quien apostarán el viaje. El Banco Central reportó que las remesas subieron este enero un 8% respecto de enero del año pasado. Pero temo el inicio de una desaceleración, consecuencia de que la población migrante dejó de crecer. Véalo así: el promedio de ese crecimiento en los cinco eneros anteriores fue del 14%.

La transición política que vivimos exige que el modelo incluya a lugares del país que nos cuesta imaginar, cuyos nombres nos cuesta pronunciar. Los gringos, sin duda, lo han comprendido; quizás porque de ahí proviene la inmensa mayoría de quienes saturaron sus fronteras. La sociedad ladina ha sido arrogante al justificar el abandono del indígena. Y con el bloqueo de la emigración internacional, nuevas válvulas de escape habrán de surgir para tapar el vacío dejado por el Estado. ¿Emigración interna, quizás? ¿Nuevos ríos humanos emigrando hacia los barrios rojos de la ciudad? Tal vez, solo tal vez, queridos compatriotas, ha llegado el momento de dejar ver al país más allá del interés inmediato de nuestras propias narices.

@pepsol

ESCRITO POR:

Pedro Pablo Solares

Especialista en migración de guatemaltecos en Estados Unidos. Creador de redes de contacto con comunidades migrantes, asesor para proyectos de aplicación pública y privada. Abogado de formación.