EDITORIAL

El origen de algunos de nuestros problemas

Lo que acontece en Ixchiguán y Tajumulco, municipios de San Marcos colindantes con México, no es un fenómeno repentino, sino el resultado de décadas de abandono por parte del Estado y también de una creciente demanda mundial de drogas, cuyos principales consumidores se encuentran en Estados Unidos, parte de Canadá y Europa, desde donde también se incrementa la búsqueda de materia prima para la elaboración de algunos potentes estupefacientes.

En esos dos municipios también se ha observado un creciente aumento en los cultivos de amapola, de cuya flor se obtiene el ingrediente esencial para la elaboración de heroína, uno de los narcóticos más adictivos y cuyo consumo ha subido en años recientes, y tanto Ixchiguán como Tajumulco reúnen las condiciones climáticas para que proliferen esas plantaciones.

Una pobreza lacerante y abandono generalizado de las comunidades, a lo que se suma una conflictividad histórica, han abierto los brazos a la producción de las flores del mal, que en el fondo de su encarnada belleza esconden una devastadora cadena de hechos ilícitos que empiezan con su cultivo, pero también con un recorrido rumbo al norte, donde satisfacen mercados ávidos de evasión.

Este es uno de los ingredientes más perversos del conflicto que ahora se vive en la zona montañosa de San Marcos, donde contingentes policiales y del Ejército buscan restablecer el orden ante una problemática cuyos orígenes están mucho más lejos y ante la cual no se ven acciones para frenar el impulso de un mercado rebosante de recursos y de ansiedades insatisfechas.

Tal es el origen de muchos de nuestros problemas, los que las autoridades del país tratan de resolver con el uso de la fuerza, lo cual solo hará que la dinámica cambie de escenarios si no se trabaja de manera conjunta en la búsqueda de soluciones de fondo entre consumidores y productores, quienes actúan de manera natural cuando existen recursos suficientes para la compra y demasiadas necesidades como para darle la espalda a esa demanda.

Uno de los más altos funcionarios del Gobierno de Estados Unidos, el secretario de Estado, Rex Tillerson, ha reconocido que el problema de los narcóticos y de los grupos de criminales que administran el narcotráfico es, en buena medida, una responsabilidad de Estados Unidos, y que deben hacer enormes esfuerzos para lograr una reducción en la demanda interna del consumo de drogas. “Necesitamos aceptar que nosotros somos el mercado”, afirmó el funcionario.

Esa descomunal demanda de droga se traduce en ingobernabilidad y violencia a lo largo de la ruta por la cual transitan estos productos perversos, viaje que en muchos casos se inicia en Sudamérica, pero a veces lo hace en las propias puertas de México, en las montañas de Tajumulco, con el denominador común de golpear a las comunidades con violencia, sobornos y disputas por territorio.

Estados Unidos tiene mucho que hacer en esta tarea, por lo que no solo es ineludible el cumplimiento del aporte de la Alianza para la Prosperidad, sino implementar un mecanismo orientado a garantizar su propia seguridad interna, porque no tiene sentido combatir el narcotráfico si no se ataca también el consumo de drogas.

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