EDITORIAL

Fiestas navideñas de un 2016 malo

Las festividades navideñas siempre constituyen un motivo para que cada persona se detenga, aunque sea un momento, para meditar acerca de sus acciones individuales y de los sucesos ocurridos en su vida durante los doce meses transcurridos desde la fiesta del año anterior. Pero también deben ser motivo para reflexionar acerca del accionar personal para cumplir no solo con la paz interior proclamada por la tradición, sino para participar en el beneficio de la hermandad humana.

Esto parecería ser utópico y, sobre todo, un ejemplo de moralina, pero en realidad no lo es. El ser humano no puede ser ajeno a cualquiera de las comunidades de las que forma parte, comenzando con la familia central, integrada por el padre, la madre y los hijos, sino por la extensiva, a la cual pertenecen abuelos, hermanos y, en general, todas aquellas personas cuya cercanía resulta básica para una vida satisfactoria.

El 2016 es un año que siguió al 2015, cuando comenzaron a sentarse las bases de cambios llamados al beneficio colectivo, que constituyen un buen resumen de los motivos por los cuales ahora se lucha de manera clara contra la lacra de la corrupción. Es el monstruo de mil cabezas que se ha entronizado en la vida nacional, como consecuencia, fundamentalmente, del abandono de las más mínimas normas éticas que deben regir la acción humana.

Por esa razón, las fiestas navideñas de este año necesitan afianzar la necesidad de que este país pueda en realidad ser el hogar de la mayoría de los guatemaltecos. El tan lamentable y doloroso éxodo de los inmigrantes hacia Estados Unidos, convertido para vergüenza nacional en la más importante fuente de ingresos para nuestro territorio, debe ser analizado desde la nueva perspectiva de constituir la causa de la separación y eventual destrucción de hogares.

Los beneficios económicos de la ausencia de tantos miles de guatemaltecos, en exilio económico forzado, no compensan los duros efectos colaterales en aspectos como la desviación del comportamiento de los adolescentes, que en buena parte caen en las garras de las pandillas, como consecuencia de la falta de las figuras paterna o materna. Tampoco son paliativo para los padres que ven salir a sus hijos con la duda de su viaje a la ahora más hostil Unión Americana, pero con la certeza de que son muy pocas sus posibilidades de retorno, a menos de que sean capturados en las redadas que ahora aumentarán.

El espíritu navideño, ciertamente, debe mantener su presencia entre la familia, el núcleo social por excelencia, lo que no necesariamente implica lazos de sangre. Incluye a aquellas personas que se han agregado por diferentes circunstancias y que en realidad integran la hermandad que implica el mensaje de Cristo.

Mucho de lo ocurrido en Guatemala obliga a pensar en términos de los derechos humanos, afectados sobre todo por políticos cuyas promesas siempre se quedan en el olvido, por falsas o por demagógicas. A pesar de ello, ese espíritu navideño necesita ser la base de la lucha individual y cotidiana que todos debemos pelear por nosotros mismos y por los demás. Al hacerlo podremos facilitar la verdadera celebración de la Navidad del cercano 2017, cuya incertidumbre es aún mayor a la que existía cuando se celebró esta fiesta del 2015.

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