VENTANA

Fin de la era de Galileo

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La física clásica, la que ha sustentado a  la cultura de Occidente,  comenzó con un simple y trivial evento de la vida.  Cuentan que,  en el año 1581,  Galileo Galilei, con apenas 17 años, escuchaba  la liturgia  en la Catedral  de Pisa, su pueblo natal.  El sermón le aburría, así que al dirigir  su mirada hacia el techo  se percató de que el hermoso candelabro que colgaba de una larga cadena se movía. Galileo observó que  al principio  se  movía de prisa.  Luego  las oscilaciones bajaron  de  velocidad. Se  le ocurrió comparar las pulsaciones de  su corazón,  presionando el dedo índice en su muñeca con  las oscilaciones de la lámpara. Con asombro, descubrió  que el movimiento pendular del candelabro y las pulsaciones de su corazón coincidían: 60 pulsaciones por minuto del corazón de Galileo,  correspondían, matemáticamente, a los 60 movimientos que el candelabro hacía de derecha a izquierda. Así fue como nació el primer reloj mecánico automático del mundo que sería capaz de medir los segundos, las horas  y los días de todos los años.

Así también nació, en Occidente, la fascinación por los objetos, por lo que se puede medir, pesar, contar, tocar, probar y cuya propiedad más importante es que no depende de quién lo mida o quién lo cuente, o dónde se toque o pruebe, ya sea en Italia o en la China, en el siglo I, o en el siglo XXI. Al final, el observador no es importante. Si no lo podemos demostrar, no existe. Punto. Es en ese mundo duro materialista donde hemos vivido derechas e izquierdas, capitalistas y socialistas. Desde hace más de 400 años hemos compartido una sola visión del mundo en Occidente, que es la idea de que la realidad está hecha solamente de objetos y que obedecen a leyes eternas que nadie, aunque quiera, puede modificar.

Descubrir cuáles son esas leyes que rigen a la materia se convirtió en el gran afán de los físicos y químicos, de los filósofos, de los políticos y de los economistas. Adam Smith y Karl Marx divergían en opiniones, pero su concepción del mundo era la misma: mecanicista, materialista. “Nos transformamos en cosas”, susurró el Clarinero. Pero ahora todo ha cambiado. Está terminando la era de Galileo y Newton y está comenzando una nueva era, cuyo nombre se puede identificar con el de John S. Bell, el físico norirlandés que postuló un teorema que lleva su nombre, en 1964. Me encantaría que los maestros de Guatemala empezaran a dialogar sobre este tema. Sería increíble unir a maestros y a los científicos de nuestras universidades para comprender que la vida que llevamos depende de la manera como interpretamos cómo funciona el universo.

La explicación más sencilla que encontré del teorema de Bell aparece en el libro Synchronicity, de Joseph Jaworski, y dice así: “Imaginemos un par de partículas que forman un mismo sistema. Si las hacemos volar separadas a cualquier distancia, por ejemplo, una en Nueva York y otra en San Francisco, y luego cambiamos el giro de una, la otra partícula, simultáneamente, cambiará su giro también. Esto es consecuencia de la unidad que existe en objetos que están, aparentemente, separados. Este es un espacio a través del cual los físicos admiten la necesidad de una visión unitaria. Como David Bohm dice: Todos somos uno”. En el mundo subatómico no hay objetos ni materia, ¡sino relaciones! En un mundo hecho solamente de objetos, el universo es un lugar cerrado a nuestra participación, porque nadie puede superar el determinismo de las leyes que rigen a la materia. Por eso, la era del mundo de Galileo y de Newton está terminando. En la versión de la física cuántica, el universo está abierto a la posibilidad, al cambio. La nueva física alumbra un nuevo mundo. Guatemala no puede quedarse atrás.

clarinerormr@hotmail.com

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