VENTANA

Gente verdadera

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Uno de los mayores  desafíos que enfrenta  la humanidad en este siglo 21 es  aprender a conocer  cómo funciona el mundo natural. En las nuevas  ciencias  se  le denomina  biomímesis. Significa   aplicar a problemas humanos soluciones que provienen de la naturaleza.  La naturaleza nos antecede por millones de años. El Cambio Climático, propiciado por nuestro sistema de vida occidental,  es la mayor amenaza.  Es preciso crear   nuevos modelos de vida que contribuyan  a proteger nuestros ecosistemas naturales que están  tan amenazados como   la Reserva de la Biosfera Maya, en Petén.  El  doctor  Richard Hansen, director del proyecto Cuenca Mirador,  y sus colegas  han dado la voz de alarma desde hace años.  Proponen declarar la  Cuenca Mirador  como  una zona silvestre. ¿Los escuchamos?  El  bosque  de Petén  alberga  una  diversidad increíble  de plantas y  animales. Durante siglos fue testigo de la brillante civilización maya.  Sus recursos naturales  están   siendo  destruidos a pasos agigantados por acciones humanas, entre ellas,  el  tráfico de madera, la cacería,  la ganadería y el narcotráfico.

Hoy cuento una historia real de un amigo que vivió con los lacandones hace más de 30 años en la selva limítrofe entre Guatemala y Chiapas. Se llamaba Norman. Nació en Nueva York, pero parecía más un lacandón que estadounidense. Cuando venía a mi casa se encuclillaba sobre la alfombra en la sala. Se comía el tamal con los dedos —a la usanza lacandona— y nos contaba sus experiencias insólitas con ellos, que se llamaban, así mismos “gente verdadera”.

Norman hablaba quedito y pausado. Nos obligaba a permanecer callados a mi esposo, a mis hijos y a mí. Nos hacía sentir que estábamos alrededor del calor del fuego en un claro de la selva. Sus palabras las meditaba para provocarnos un estado de ensoñación que eran como flechas que tocaban el centro de nuestras emociones. Lograba atravesar el muro de nuestro modelo mental occidental para sentir otra forma de vivir. Nos contaba que los lacandones eran maestros en el arte de soñar. Cuando les gustaba un árbol o un animal, lo observaban detenidamente durante el día para “soñarlo” por la noche. Cuando Norman se internaba en la selva siempre llevaba consigo dos monos arañas que le indicaban lo que podía comer y beber. Una noche, cuando extendía su hamaca para dormir, se percató que no escuchaba los ruidos que bullían en la selva. Percibió una calma tensa en el ambiente. Los monos arañas dejaron su habitual cuchicheo y permanecieron inquietos pero alertas. “¿Qué sucedió?”, se preguntó Norman. Recordó que los lacandones le habían comentado que cuando la selva callaba era porque un jaguar rondaba cerca. Norman giró la cabeza y se topó con un par de ojos incandescentes que le miraban fijamente entre la maleza. ¡Era un jaguar! Norman sintió pánico; sin embargo, los monitos empezaron a saltar, a gritar ¡yiayiayia! y a sacudir los brazos. ¡Norman los imitó! Entonces, el jaguar dio un giro imperceptible y desapareció en la oscuridad de la noche.

Para los lacandones los dioses pueden ser buenos y malos a la vez. El jaguar es símbolo del dios sol, como también es dios de la noche, del poder y de la muerte. Los monos son símbolo de la sabiduría. Han sido un guía invaluable para que el maya sobreviva en un medio tan inhóspito como la selva. La historia de Norman y su relación con el mundo lacandón, para mí, es una metáfora que se puede aplicar a los problemas del calentamiento global. La burbuja industrial en la que vivimos nos alejó de la naturaleza. Esta separación ha contribuido a que podamos ser devorados por el jaguar —el calentamiento global—. Necesitamos que los monos arañas nos guíen para reencontrarnos con la vida natural en el planeta. “ Es curioso que los lacandones se refieran al hombre blanco como “el que está perdido,” cantó el Clarinero.

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