EDITORIAL

La huella de un justo

Tres grandes aportes pueden resaltarse de la fructuosa e histórica misión pastoral de monseñor Óscar Julio Vian Morales, arzobispo metropolitano de Santiago de Guatemala, quien falleció la madrugada de ayer después de haber luchado contra un agresivo cáncer que se lo llevó en dos meses y medio.

El primero es su coherencia entre fe y vida, que se verifica no solo en su recta conducta, sino también en la forma como integró el mensaje del Evangelio con las dramáticas realidades temporales que vive Guatemala, el anuncio y la denuncia, con claridad y sin otro interés que velar por los intereses de los guatemaltecos, más allá de la feligresía.

El segundo aporte por el cual será largamente recordada la misión pastoral de Vian es su innegable sentido de caridad, que lo llevó a respaldar innumerables obras benéficas, sin hacer publicidad alguna, pues tan grande era su generosidad como su sentido de la humildad.

El tercero fue su capacidad de empatía, un don sin duda afinado por su formación salesiana y que se manifestó a lo largo de su carrera sacerdotal, y que tomó más notoriedad como obispo, como vicario apostólico de Petén, en la Diócesis de Los Altos y, en los siete últimos años, en Guatemala. La gente se le acercaba con naturalidad y él se mostraba siempre como pastor animado y paternal.

Además de ser una autoridad eclesiástica, su peso moral en el plano público se hizo sentir, sobre todo a partir de las manifestaciones ciudadanas de abril a agosto de 2015 y el destape de megacasos de corrupción que han involucrado a funcionarios, diputados y gobernantes. Animó la exigencia de transparencia en el Estado, como integrante del G4, conformado por la Iglesia Católica, la Universidad de San Carlos de Guatemala, la Procuraduría de Derechos Humanos y la Alianza Evangélica.

En octubre último, monseñor Vian respondió a diputados que le exigieron circunscribirse a su labor pastoral, en lugar de criticar al Pacto de Corruptos que se gestó en el Legislativo. Sin perder la compostura, el arzobispo les dijo que reconocía la separación de Iglesia y Estado, pero que eso no le hacía dejar de ser ciudadano guatemalteco, por lo cual podía darse cuenta de la realidad del Congreso, que en ese momento había cometido uno de los mayores desatinos legales de su historia. “No es a mí a quien deben responder, sino al pueblo de Guatemala, quien los eligió”, dijo el prelado entonces.

No hace falta ser católico para darse cuenta de la dimensión espiritual, ética y humana del arzobispo fallecido. Su tarea pastoral trascendió la mera religiosidad, pero tenía claro que el orden comienza por casa y llegó a encontrar cierta animadversión entre algunas hermandades, a las cuales puso en orden al reglamentar los tiempos para las procesiones y promover mayor transparencia en sus manejos económicos.

Un guatemalteco ejemplar falleció y hay pesar por ello. No obstante, la huella de los grandes hombres los hace trascender más allá de la vida, pues como dice la Palabra: “el justo vivirá por la fe”, pero también por sumar su voz para pedir con vehemencia, ética y corrección en las acciones de la vida pública.

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