LA ERA DEL FAUNO

La sal es vida, la sal es condena

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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La vida es extraña. Hoy nos vemos, mañana nos enterramos. Nadie sabe con certeza si tenemos espíritu, alma o energía consciente después de la muerte, pero lo niega o lo afirma el que nada sabe. Nadie ha podido probar la existencia o inexistencia de Dios. A pesar de eso, la gente ha matado a los que no creen. La historia de la humanidad es la historia de la deshumanización. Los asesinos devotos cruzan el tiempo y hoy siguen condenando, relacionando la vida y su legislación con la voluntad divina. Los presidentes, los diputados, esa gentuza, se agarran de un Dios para decirnos cómo hay que vivir.

“¡Todos los hierros de la ciudad son míos!”, gritaba un loco afuera del Paraninfo. Es verdad que sucedió, que estaba loco y que lo gritaba cerca del Paraninfo. Amigos poetas fueron testigos, una tarde cuando salimos de una jornada de taller de poesía con el Bolo Flores. Aquel hombre venía con un costal, descalzo, se detuvo en la acera y dirigiéndose al cielo gritó estruendosamente: “¡Todos los hierros de la ciudad son míos!” No pudimos sino escucharlo con respeto. Acaso era su reclamo a Dios, al alcalde, a la metalurgia, desde su laberinto de locura, no importa, su razón era tan valedera como la de un justo reflexionando ante sus abismos. Oración o verbalización de un mundo, los hierros de la ciudad eran suyos. O tal vez hablaba de yerros, no de hierros. Uno, solo interpreta.

Ahora que murió Margarita Carrera, una académica tan importante, recibí de nuevo el mazazo de la vida breve. Y recordé a otra mujer maravillosa que falleció antes, Luz Méndez de la Vega; también, a Alfonso Porres, Efraín Recinos, María del Carmen Meléndez, Francisco Albizúrez Palma; a la brillante catedrática de Edad Media que tuve: Blanca Callejas; a Tasso, Justo Chang, Irina Darleé, dama esta que cada año después de Semana Santa venía a Cultura de este diario y nos soltaba la misma broma: “¿Qué tal de descanso, jóvenes, estuvieron contentos o con la familia?” Todos se fueron. Todos nos iremos sin saber en qué terminará esta novela.

Vinimos para irnos. A pasar un buen o mal rato. Aquí nos tocó. A algunos no les tocó esta nación, por alguna extraña razón la eligieron. Es el caso de Carolina Vásquez Araya, chilena que recién dejó el país y ahora vive en Ecuador. Tras décadas de vivir acá, nos deja una mina de escritos valientes y esclarecedores. Tengo entendido que seguirá escribiendo su columna El Quinto Patio, donde ha rehusado que la mujer sirva de carne para nota roja o para la sección Sociedad. Ha revisado con gran tino todos los ángulos de un plano social tan complejo.

“Todo pasa y todo queda” (Antonio Machado). Nos iremos de esta tierra sin saber a dónde vamos o si jamás aquí estuvimos. Ya vendrá otra generación a olvidarnos, la del futuro, como hacemos hoy nosotros. Nos iremos sin saber si se puso fin al milenio de sal. Sí, de sal: la sal es vida y es condena. La sal está en los alimentos, en nuestros fluidos, en los océanos, en las momias y en las axilas; es la piedra comestible del ser humano; es como la tierra, una fortuna y también una maldición para quien se la echa encima. Alguien yerra, otro aplica hierro sobre sus espaldas. Salarse es condenarse. Alguien saló la política nacional, sus espacios, su fortuna. Se sala quien tiene el poder y es injusto; quien antepone su egolatría y arrogancia. Los peregrinos del mal que reparten sus divinas condenas a nivel nacional, empresarial o individual, carcomen los metales de sus propios barcos. “Nada te llevarás cuando te marches, cuando se acerque el día de tu final” (el poeta Napoleón dixi).

@juanlemus9

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