EDITORIAL

La última legislatura de muchos

Si algo caracterizó al año 2017 fue la caída de las máscaras políticas que traían puestas ciertos personajes, que en algún punto perdieron la compostura debido a que la lucha anticorrupción golpeó a intereses, grupos, parientes o patrocinadores cuyo influjo se había mantenido a la sombra de las apariencias.

Sobra mencionar los nombres de dirigentes políticos, de nueva o vieja aparición, pertenecientes a sectores emergentes o de abolengo, que salieron a vociferar supuestamente en defensa de la institucionalidad cuando en realidad esta se encontraba en su momento de más eficiente funcionamiento, en favor de la legalidad, la transparencia y la cuentadancia, libre de las grotescas interferencias o el vergonzoso tráfico de favores que han constituido la maquiavélica usanza de otras épocas.

La lucha no ha terminado. Se encuentra en un punto cimero ante el cercano proceso de elección de la siguiente persona que encabezará el Ministerio Público, pero con una gran tarea por delante, debido a que la depuración del Estado requerirá de muchos años para, de esa manera, hacer regresar la confianza tanto interna como internacional.

De todas las máscaras de esa macabra danza destacan las de los 115 diputados de diversas bancadas que el 13 de septiembre se aliaron en una vergonzante colusión para aprobar a rompe y rasga el tristemente célebre Pacto de Corruptos, que dos días después intentaron subsanar con la anulación de dos increíbles cambios al Código Penal. Tal acción congresil colectiva es toda una afrenta a la representación popular que da origen a este poder del Estado y una vergüenza histórica que llevan sobre sí los congresistas, incluso aquellos que alegaron no haber revisado bien lo que aprobaban, por el grado de irresponsabilidad implícito.

El presente año, que de hecho bien puede caracterizarse de preelectoral, dado que en el 2019 habrá elecciones, puede ser ocasión de nuevas jugarretas emanadas de lo interno del Congreso, sobre todo provenientes del multitransfúguico oficialismo que busca dominar la directiva, pero sin poder colocar a sus alfiles, como ocurre por ejemplo con su jefe de bancada, debido a los anticuerpos que genera. No obstante, intentarán coronar sobre el tablero a peones de pequeñas bancadas afines, que les siguen el juego mientras les dure la conveniencia personal lograda con negociaciones ocultas e indebidas.

Justamente es allí donde entra la actitud ciudadana renovada, que de ninguna manera es ya la de hace diez o cinco años. El escrutinio público es constante y razonado, con lo cual cada diputado, cada bancada y cada representación distrital deben tener por seguro que los electores a quienes defraudó no volverán a darle su voto en la próxima elección, a menos que exhiba, demuestre y sostenga en lo que queda de la actual legislatura una agenda coherente que no otorgue lugar a la opacidad.

Ninguno de los diputados debe engañarse al creer que sus deslices no serán castigados por los ciudadanos. Es más: no solo se los cobrarán a su representante, sino al partido que lo postuló o al que lo acoja en la previsible ronda de transfuguismo del próximo año, pues no habrá máscara individual o colectiva que oculte su verdadero rostro.

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