LA ERA DEL FAUNO

La vitrina de los endeudados

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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La pieza es muy hermosa, no vamos a negarlo. Viene en su estuche. Los colores rojo y negro fueron resaltados con algún aceite que hace de las herramientas más groseras verdaderas obras de arte. El tamaño es el ideal porque es fuerte como un taladro de albañil, pero al mismo tiempo sus pocas libras permiten usarlo durante una hora sin que la mano se canse.

Es un bello taladro destornillador y taladro de percusión, o rotomartillo. Dos herramientas en una. Puede hacer en tres horas el trabajo que los viejos carpinteros hacían en casi un día. Pulveriza el concreto como si penetrara cera. No hay tornillo que se resista al giro violento que goza de poca ondulación cuando es ensartado. Bárbaro.

Sus velocidades me recuerdan aquellas bicicletas que teniendo apenas cinco cambios se convertían en diez con solo mover una manecilla. La cadena brincaba sobre los platos haciendo la multiplicación de las fuerzas, solo que, en realidad, en las bicis no servían de mucho porque no se diferenciaban la tercera de la cuarta en el segundo cambio, de la tercera y la segunda en el primero. No es el caso. La pieza que describo tiene velocidades útiles. Es casi perfecta. Según leo, está fabricada en su natal Estados Unidos. No fue maquilada en alguna de las chinas, como se hace con grandes motores o con calzoncillos para abaratar costos. Su cuna me hace pensar que se trata de un barreno atornillador de alta calidad que durará bastantes años.

Esta hermosura viene con un juego de puntas y dos juegos de brocas. Las brocas son para madera y para concreto. Todo, de la misma marca. Trae, por supuesto, su cargador y batería, pues hablamos de un rotomartillo inalámbrico. Aunque parece nuevo, no lo es. Antes de proseguir y revelar los misterios de este regodeo mío, creo conveniente añadir que está a muy buen precio. Según mi experiencia, con su estuche más las puntas y las brocas, vale el doble. Podría pagarla, encantado, pero no tendría corazón para hacerlo.

No puedo apartar de mi imaginación al dueño que vino a dejarla a esta casa de empeños. Estoy en la vitrina, saboreando esa hermosura. La habrá traído y no pudo volver por ella. Me pregunto qué penas pasó para comprarla. O si se la regalaron. No sé si la usó para hacer carpintería de entretenimiento o profesional. Acaso se fue a la quiebra.

Tampoco sé si el carpintero la empeñó porque tenía algún enfermo en casa. Tal vez, tenía que pagar la renta, los alimentos, el colegio, la mensualidad de la moto. No sé si vino de goma o con tristeza a esta casa de dolor donde la gente viene muy necesitada, es bien recibida por receptores que tasan por libra el sufrimiento. Dejan joyas, televisores, licuadoras, bicicletas, herramientas a cambio de un préstamo con intereses.

Las personas se van con la intención de volver con el dinero para recuperar lo que empeñaron. Pero la vitrina y el salón están llenos. Los usureros, los bancos, las casas de crédito y de empeño saben medir el sufrimiento.

No podría llevarme esa pieza porque me recordaría que la obtuve gracias a la necesidad de alguien. Ya sé, soy un tonto. El mundo funciona de esa manera. El pobre paga con dolor y años de trabajo lo que otros cobran por coser la herida un rato.

También, puede que la pieza haya sido empeñada para saldar la deuda adquirida en una noche de placer, algún fin de semana en un hotel. No me importa. Los derroches, las necesidades o los gustos son asunto de cada quien, pero las piezas dejadas en las casas de empeño tienen algo de la sociedad. He de ser un tonto, querido rotomartillo, mas no soy digno de que entres en mi taller.

@juanlemus9

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