LA ERA DEL FAUNO

Los refugiados hondureños se autorrescatan

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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En términos generales, Centroamérica es sedentaria. Se le ha inculcado el apego a la tierra, la familia y la comunidad. No me refiero a la mística asumida propia de las culturas, sino al uso abusivo que de la mística hace el poder para beneficiarse. Por eso, cuando en los años ochenta los jóvenes hacían vida fuera de sus casas ?como era normal en los estadounidenses desde mucho antes, especialmente en los sesenta?, eran considerados guerrilleros. Si los guatemaltecos, salvadoreños, hondureños o nicaragüenses se integraban a grupos nómadas, a una incipiente tribu urbana o artística, eran insurgentes que había que someter al orden. “Si quieren salir de su pueblo, para eso está el ejército”. El mandato del poder político y neopentecostal era y continúa siendo imponer modelos familiares; hacer que sus integrantes trabajen la tierra y cenen agua y tortilla, que se acuesten a las 7 de la noche y madruguen a las 3 para ir al campo; volver bucólica la desnutrición; que no aspiren a ganar ni siquiera el salario mínimo; acudan a los llamados religiosos, y se ciñan a la parte de la cultura controlada por el poder.

En la región se ha enseñado que aguantar y callarse es una virtud. Pero las juventudes son las mechas que provocan incendios revolucionarios. Por eso, nada como mantenerlas encadenadas con el discurso del apego a la tierra. A pesar de ello, muchos se animaron a cruzar el desierto para llegar a la tierra donde, se decía, la gente hasta tiraba pianos a la basura.

Quienes se fueron antes dejaron hijos o sobrinos que más tarde comprendieron por qué sus parientes se habían ido. La opresión local llegó a extremos. Había que tragarse el dolor de abandonar la tierra.

Quizá, los europeos no tienen idea clara de lo que significa en estos lugares el apego a la tierra, las costumbres, al ombligo. Pocos entienden el tremendo impulso que se ha de requerir para abandonarlo todo y buscar la desgracia americana. Cualquier infierno es mejor que el que se tiene acá. En un tiempo, irse a Estados Unidos fue un sueño, después, una pesadilla, y ahora, una desgracia. Para elegir tal desgracia se tiene que estar completamente hundido. No es un viaje que busca el bienestar, es la huida del horror. Para muchos es un intento por reunirse ?volver a unir ombligos? con lo propio: padre, madre o hermanos que se fueron antes.

Excusen lo infantil de la prosopopeya, pero Centroamérica está “cansada”. Cansada de servir de cuadrilátero, de bodega de armas, de tráfico de drogas, de pista de aterrizaje estadounidense; de ser un laboratorio político, económico, mediático. Así como cuando uno cruza un río muy estrecho saltando sobre las piedras, así brincan sobre estos países los narcotraficantes, políticos estadounidenses, chinos, rusos, la comunidad expropiadora internacional. Son décadas de servir de enlace para pleito de perros ajenos, los del norte contra los del sur, los de China contra el norte, los rusos contra el norte, todos contra todos. Centroamérica es usada como casa de campaña en la que pernocta un asesino hoy, un presidente mañana, que vienen a ser lo mismo.

Ya sin nada que perder, miles de hondureños se autorrescatan de la profundidad. El mundo celebró cuando los mineros chilenos fueron rescatados tras permanecer semanas bajo tierra; también, cuando los niños de Tailandia fueron rescatados de la cueva Tham Luang. Bien haría el mundo en celebrar la salida hondureña del agujero. Fue un acto sobrehumano abandonar esa miseria y enfrentarse a lo que venga. Por eso, la gente a en las calles se los celebró brindándoles comida, aplausos y frazadas.

@juanlemus9

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