SIN FRONTERAS

Los símbolos de un Estado racista

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Negros pañuelos envuelven la frente de los deudos, los dolientes, en San Juan Ostuncalco. Entre un océano de güipiles y colores que abarrotaron el gimnasio, la casa, el cementerio, y entero el pueblo maya, cinco cabezas dobladas hacia el suelo se distinguían entre las demás. Sus vistas inertes, perdidas; y de alguna forma, resignadas a su constante exposición al máximo dolor humano. Quizás papá, mamá y los abuelos hayan sido los únicos que llevaban —en esos pañuelos negros— el signo del luto; un signo que, en su cultura, corresponde solo al núcleo familiar inmediato. Pero es la comunidad entera quien los acuerpa y arropa. Un detalle que no es circunstancial, pues denota que el luto no es de una familia, únicamente. Murió en la frontera de Texas una hija del pueblo; la de uno, la de todos. El dolor no es particular, es comunitario. Así como también en otros momentos, los vecinos, como una enorme familia, se presentan en solidaridad. En las fiestas, en gozo; y hoy, en el llanto. Las voces de los videos estremecen al humano. Y aunque los gritos que ahí se escuchan transpiran empatía, el Estado guatemalteco, en toda su simbología, decreta una vez, para el pueblo maya, silencio y ausencia. Y el mensaje inequívoco de que en Guatemala se categoriza al humano según su fenotipo. Una etiqueta que condena el hecho de pertenecer a una cultura que es considerada inferior por los más blancos; una cultura que —prácticamente— es merecedora de este dolor mortal.

La vida perdida de Claudia Patricia Gómez, ha causado repudio a nivel mundial. Personalidades se han sumado a condenar esta muerte que fue vil, como ninguna. Una que mientras más se piensa, más deja de ser un asesinato y se presenta como una ejecución extrajudicial: la de un miembro de la fuerza pública, que castiga con la muerte a una mujer, joven, desarmada, indefensa, por causa de una ofensa, cometida en contra de una política impartida por un Estado que lo protege. Pero mientras el mundo llora a Claudia, la chica mam, su Estado calla. “Y en su silencio”, como lo dijo un pensador, “nuestro Estado grita”. Grita distinción racial, como pensamiento oficial; grita con absoluto desparpajo que desprecia el primer y máximo mandato constitucional, llama al Estado a organizarse para proteger a la persona y a su familia. Porque la Guatemala indígena es mayoritaria. Y según información desde EE. UU., más de quince grupos mayas basan su vida, su economía y su futuro en la migración irregular. Por ello, no es casual que en los casos que se conocen de la tragedia migratoria, la persona indígena sea constante protagonista.

Ya se ha dicho antes. Que este no es un asunto de gobierno, sino de Estado. De uno al que le importa más —con sus viajes, muestras y caminatas— el interés del pueblo de Israel —por ejemplo—, que el bienestar y porvenir del pueblo maya, que es el de su propio país. ¿Por qué —se pregunta uno— nuestro servicio exterior no se une a la ola contra la xenofobia y racismo crecientes en EE. UU.? Una respuesta —válida sin duda— es su interés egoísta por lograr impunidad para sus actos de corrupción. Pero otra, se evidencia en la seducción del gobierno con las ideas de la superioridad del hombre blanco, sobre los pueblos excluidos. Y de ahí los símbolos que emanan sus altos funcionarios. En sus nombramientos, por ejemplo, de hombres blancos, altos y con apellidos europeos, para puestos de trascendencia, a pesar de su capacidad. O en su coqueteo con líderes acusados de nacionalismo racista, a nivel mundial. Y luego vemos los videos del luto que vienen de San Juan Ostuncalco. Y no encontramos ahí la presencia de un solo representante del Estado. Silencio, indiferencia, desprecio. Los símbolos inequívocos de un Estado del que huye el pueblo maya.

@pepsol

ESCRITO POR:

Pedro Pablo Solares

Especialista en migración de guatemaltecos en Estados Unidos. Creador de redes de contacto con comunidades migrantes, asesor para proyectos de aplicación pública y privada. Abogado de formación.

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