MIRADOR

Muerte en Navidad

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La suspensión por la Corte Suprema de Justicia de la distribución de un manual sobre derechos humanos y salud reproductiva —considera que promueve el aborto— ha generado otro agrio debate en fechas en las que se celebra vida: la Navidad.

Curioso observar cómo quienes son tachados de “conservadores” condenan el aborto pero aceptan, promueven y están de acuerdo con la pena de muerte para delincuentes peligrosos. Los “progresistas”, del otro lado, rechazan contundentemente la pena de muerte, y sin embargo suscitan, consienten e impulsan el aborto como un derecho humano. Ambos colectivos presentan posturas manifiestamente incongruentes porque en el fondo se trata del mismo hecho: matar a un ser humano, sea nonato o malhechor.

Entreveo que todos aplacan su conciencia y encuentran la salida adecuada para resolver tal contradicción. Los “pro estatus quo” aducen que a los criminales se les sigue el debido proceso, son vencidos en un juicio justo y posteriormente condenados a muerte, lo que tranquiliza el espíritu y el alma al positivar las acciones a gusto del consumidor. Los “progres” también utilizan como excusa el debido proceso —en este caso médico— y en lugar de hablar de personas, niños o bebés consideran que se trata de huevos, zigotos, embriones o fetos, ¡y listo! Los delincuentes dejan de ser jurídicamente humanos cuando su comportamiento criminal, antisocial o mentalmente alterado es así considerado por un tribunal; los segundos no son considerados médicamente humanos y consecuentemente es más fácil dejar a criterio de la madre la decisión libre y voluntaria de destruirlo. Ambos grupos duermen tranquilos y el alma queda serenamente pacificada a pesar de condenar al ostracismo a aquellos que molestan.

Rechazo la muerte de cualquier persona desde la concepción hasta su deceso voluntario o natural. Uno de los mayores errores —lo dije en otra ocasión— es considerar la vida como un derecho cuando debería estar por encima de aquellos al ser la condición necesaria para que puedan darse. De esa cuenta, la vida jamás debe quitarse porque nunca hay razón suficiente para matar a nadie. Ni el sistema judicial es infalible —si esa razón se quiere aducir— ni mucho menos una mujer embarazada tiene “derecho” para asesinar a un ser que biológicamente está ahí —no hay forma de que sea de otra manera—, aunque haya sido impuesto por violencia, que no es lo normal. Ese aforismo de “es mi cuerpo” que pretende justificar la acción abortiva sustenta el crimen pero es mentira, porque no es su cuerpo. Es un ser vivo diferente, producto, en la mayoría de las ocasiones, de una relación voluntaria, pero aparentemente equivocada cuando se desea terminar con la vida resultante. Incluso en caso de violación —y mientras no se esté en ese dilema que contempla el aborto terapéutico— se termina asesinando en lugar de buscar soluciones alternativas, seguramente todas ellas inadecuadas, porque así son los dilemas.

Leí hace poco, en un informe de una agencia de publicidad, lo siguiente: la realidad no existe. De esa cuenta nos podemos dejar llevar por una ola relativista en la que el “yo creo/yo opino” acorde con el modernismo imperante, permite justificar cualquier cosa y promover —como ocurre— “derechos” artificialmente elaborados.

Debe haber más coherencia entre quienes promueven el crimen selectivo —sea de zigotos o de matones— y les animo a que acepten el valor absoluto y no relativicen la muerte según conveniencia. Quizá cuando enfrenten esa reflexión tomarán una mejor decisión en beneficio de la vida.

ESCRITO POR:

Pedro Trujillo

Doctor en Paz y Seguridad Internacional. Profesor universitario y analista en medios de comunicación sobre temas de política, relaciones internacionales y seguridad y defensa.

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