EDITORIAL

Pretensión absurda

Los políticos aficionados se parecen en gran medida al rey caprichoso de aquella fábula en la cual llega a tanto su vacuidad que unos estafadores le venden un supuesto traje invisible, el cual lo obliga a despojarse de sus prendas para ponérselo y lucirlo por toda la ciudad, aunque en realidad anda desnudo y no se da cuenta del nivel al que lo lleva su carácter voluble.

Es el caso de un grupo de diputados, jefes de bloques, quienes han logrado por primera vez en mucho tiempo ponerse de acuerdo en algo. Por supuesto que no se trata del apoyo a las reformas de justicia, ni de una discusión profunda de la ley de aguas o de cualquier otra normativa de importancia para la población, o simplemente discutir la implementación de controles para determinar la cantidad de empleados del Organismo Legislativo, para acabar con los abusos del clientelismo.

No, el consenso alcanzado no es acerca de ninguno de esos temas, sino para plantear, en un arranque de falsa dignidad, una protesta contra la fiscalización ejercida por la Contraloría General de Cuentas, la cual dejó nuevamente al desnudo los oscuros manejos de fondos y plazas que bullen aún en el seno del Legislativo.

Quieren, los señores representantes, emprender una especie de cruzada que le reste alcance y fuerza a las auditorías del ente contralor, para evitar supuestos abusos y frenar, por supuesto, las denuncias planteadas ante el Ministerio Público, similares a las que ya han puesto tras las rejas a varios exdiputados y que mantienen como prófugos a otros que no se atreven a enfrentar a la Ley.

El consenso politiquero podría causar tristeza, pero después de tantos desmanes lo que origina es una sensación de indignación frente a la cual parecen inmunizados los congresistas, quienes actúan de una forma que el filósofo español José Ortega y Gasset simplemente calificaría como un proceder de “masas”, entendiéndose la palabra, en este caso, no como una multitud, sino como un comportamiento propio de quien queda anulado como individuo reflexivo y unificado bajo una consigna de permitir lo que más convenga a su grupo.

El síntoma es serio, pues forma parte de lo que Ortega, en su libro La rebelión de las masas, califica de “hiperdemocracia”, una situación en la cual la masa actúa directamente sin ley, por medio de materiales presiones, imponiendo sus aspiraciones y sus gustos simplemente porque pueden hacerlo.

La masa presume de sus defectos y quiere convertirlos en norma, pues todo aquello que represente corrección y dirección moral a sus actos les resulta molesto, incómodo, estorboso. De hecho existen ya en el país varias iniciativas particulares que buscan poner tropiezos a una mayor independencia, celeridad y transparencia de la justicia.

Lo más deseable es que el espíritu crítico de los guatemaltecos, expresado durante los últimos dos años, se reavive y repudie ese tipo de iniciativas, las cuales solo pretenden extender el manto de impunidad sobre políticos impresentables que pretenden que sus malos manejos escapen a cualquier posibilidad de fiscalización.

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