BIEN PÚBLICO

Relatos en disputa (parte I)

Jonathan Menkos Zeissigjmenkos@gmail.com

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Todas las sociedades están basadas en relatos, es decir, elementos materiales e inmateriales con los que se procura que la mayoría de sus miembros se sientan parte o se adapten a ella. El relato dominante se basa en las ideas de quienes poseen el poder —económico, religioso y político— e impregnan todo con el fin de conservar el estado de las cosas.

El relato dominante construye una narrativa sobre qué derechos protegerá la sociedad, qué valores éticos se promoverán y hasta cómo y para qué se financia lo público. A la par del discurso se toman acciones: por ejemplo, las coberturas y calidades de los servicios públicos, las ideas y agendas de los partidos políticos, la independencia judicial y de los medios de comunicación, la estructura tributaria, la distribución de la riqueza y el rol de lo público y lo privado.

Todos los fenómenos sociales están influenciados por el relato dominante, y siempre hay relatos en disputa, formas de ver el mundo que se enfrentan en la arena política. Estas disputas son normales en toda sociedad y, regularmente, quienes dominan logran crear en los ciudadanos, mediante la ignorancia, la violencia o el temor al cambio, condiciones favorables para que su relato sea hegemónico frente al resto. Sin embargo, desde 2015, la lucha contra la corrupción ha abierto una pequeña grieta para que los guatemaltecos observen cómo el relato vigente favorece a unos pocos empresarios, políticos y militares, por la vía de la corrupción, el privilegio, la impunidad y la precarización de la mayoría. Por este nuevo conocimiento social es que hoy tenemos una disputa entre dos grandes relatos: el dominante —neoliberal, racista y fundamentalista— y el democrático y disruptivo.

Quienes han construido el relato dominante actual, en sus inicios lograron que la administración pública invisibilizara a la población indígena, campesina y rural, convirtiéndolos en “los otros”, mientras les robaba las tierras comunales e intentaba acabar con su identidad. Después, el relato promovió la guerra contra el enemigo interno: cualquier voz contraria al statu quo, mientras se masificaban los dogmas individualistas y clasistas impulsados desde el neopentecostalismo y el Opus Dei. Con el correr del tiempo, ese mismo relato creó las condiciones para la privatización de lo público, bajo el fetichismo de la libre elección, cercenando las posibilidades de construir una administración pública efectiva para la democracia y consolidando caminos para un sistema de gobierno basado en la corrupción.

Hoy en día, el relato dominante pretende defender la corrupción y la violación del marco democrático. Los que dominan fortalecen a un presidente corrupto que intenta restituir el orden de las cosas hasta antes de 2015; se intimida a jueces y defensores de derechos, mientras se aumenta la militarización de las calles; y se tocan las emociones básicas: los valores de una familia idílica e inexistente, la soberanía, el temor ante los grandes cambios de época; la idea infundada de que la lucha contra la corrupción nos daña a todos. No es extraño que los defensores de este relato estén en las cámaras de la Industria y del Agro, principales accionistas del pacto de corruptos con el que se han enriquecido a lo largo del tiempo, y al que han sumado religiosos rancios, militares genocidas y políticos corruptos.

Quienes dominan emplean ahora las más sucias estrategias con tal de que los guatemaltecos no se sumen al otro relato: al que exige democracia, igualdad y justicia mediante la construcción de un Estado en el que quepamos todos, sin privilegios.

jmenkos@gmail.com

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