EDITORIAL

Representación

La degradación del honor, como en la antigua Roma se conocía a la infamia o a la pérdida de reputación, ha sido un tópico de variada aplicación. Quien llevó su uso a inestimables niveles literarios fue el proverbial escritor argentino Jorge Luis Borges en su obra Historia universal de la infamia, en la cual logró condensar en la historia de siete personajes los niveles de envilecimiento a los que puede llegar el ser humano.

Como tema, ha sido una fuente inagotable para la literatura, el cine, la televisión, y en la vida cotidiana se suele vincular a la degradación en la conducta pública. En los últimos años, el término ha estado más cerca del mundo de la política, donde la pérdida de valores se ha traducido en un hartazgo para los gobernados.

Inevitable resulta plantear la dualidad entre los valores de quienes encajan en esos perfiles y de quienes deben calificarlos, pues tampoco se pueden desligar sus actuaciones en el contexto en el que ocurren los hechos sujetos de reproche y es cuando cobra vigencia la memorable frase del conde Joseph de Maistre (1753-1821): “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”.

Casi un siglo después, el escritor francés André Malraux (1901-1976) aportó una variante de esa sentencia, al afirmar que no es que “…los pueblos tengan los gobiernos que se merecen, sino que la gente tiene los gobernantes que se le parecen”, lo que reaviva el debate sobre las raíces de la corrupción, pues nadie duda de que para cada corrupto existe un corruptor y un espectador, con lo cual la pérdida de la virtud se torna un mal generalizado.

Guatemala tiene un historial de corrupción exageradamente enraizado en lo más profundo de la sociedad, pero lo que alguna vez en nuestra prehistoria política fue una práctica poco conocida, hoy eso es casi imposible de ocultar y precisamente por los generalizados abusos la mayoría de países han implementado leyes y castigos para intentar atajar el flagelo. Este adquirió un dramático contraste cuando el grueso de la población evidenciaba rezagos inexplicables, aunque la apatía ciudadana carga con una buena dosis de complicidad.

El estudioso James Hetfield, recopilador de las anteriores frases históricas sobre gobiernos y pueblos, también agrega la de José Martí (1853-1895), quizá como sucedáneo para romper esas historias de infamia: “Pueblo que soporta a un tirano, lo merece”.

Lo que ocurre en estos días en el entorno del presidente de Estados Unidos puede ayudar a comprender el papel que le corresponde a la sociedad, a los funcionarios y a los medios de comunicación para dimensionar la responsabilidad de cada quien en el fortalecimiento de sus instituciones, y tomar conciencia de que, más allá del poder político, también está la responsabilidad de la sociedad para frenar los abusos y demandar que los políticos le rindan cuentas a la sociedad.

Es innegable que las democracias modernas atraviesan por una profunda crisis y la explosión de los medios de comunicación ha facilitado la difusión de mensajes populistas, un preámbulo de los abusos.

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