CATALEJO

Sin partidos, no puede haber sistemas políticos

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Hace algunos días tuve oportunidad de leer un interesante artículo del licenciado Lizardo Sosa, de larga trayectoria en la política. Al haber integrado el equipo demócrata cristiano gobernante de Guatemala en el equipo de gobierno 1986-1991, el último de los regímenes con la posibilidad de ser considerados producto de partidos políticos. Parece increíble, pero en los últimos 27 años, Guatemala ha sido dirigida por grupúsculos reducidos a ser simples aglomeraciones de seguidores de un autonombrado líder, sin capacidad alguna. Siguieron Serrano, luego Arzú, Berger, Portillo, Colom, Pérez Molina y ahora Morales. No se agregan De León Carpio y Maldonado, porque ellos fueron llamados a completar períodos, sin haber sido candidatos ganadores.

En su artículo, el licenciado Sosa habla del problema del sistema presidencialista, representado por “la falta de mecanismos de control y ajuste”, y por tanto “los ciudadanos deben aguantar los períodos de cuatro años” con gobiernos “que pierden rápidamente legitimidad” y además son “bajos en gobernabilidad y aprobación”. Aunque no lo señala expresamente, habla del otro sistema, es decir, el parlamentario, con los cuales se puede convocar “a elecciones anticipadas para superar debilidades o impasses”, por lo cual “se buscan acuerdos entre las fuerzas políticas representadas”. Indudablemente, esta idea suena bien, pero necesita de algo fundamental, inexistente en Guatemala: la existencia de partidos y por tanto de fuerzas políticas, no politiqueras.

Es menos malo mantener por un tiempo específico (cuatro años) a alguien y esperar el paso de ese tiempo, muy suficiente para el arrepentimiento por haberle dado el voto a alguien. Esta palabra es importantísima: los guatemaltecos no votamos por un partido, por un equipo, sino por una persona a quien le damos consciente o inconscientemente la cualidad de mago Merlín capaz de arreglarlo todo a punta de varitazos mágicos. Al no existir, nos arrepentimos y luego buscamos otro mago cuya retórica está basada precisamente en esa promesa. Y no podemos votar por un grupo, o por un partido real, porque no existen. Considerar partidos al FCN, UNE, PP, PAN, UCN, Líder, Unionista y un largo etcétera en el cual caben todos los demás resulta ser humor negro.

Entonces, pensar siquiera en la integración de un gobierno parlamentarista, como acaba de ocurrir en España, donde las elecciones pueden ocurrir en cualquier momento. Eso, aquí, es una invitación al caos. No hay partidos, no hay programas, ni filosofía de gobierno. Sí hay rapaz dispuesta a apoderarse del poder para la rapiña, el amiguismo en las peores de sus manifestaciones. En la práctica, habría un primer ministro cada mes, si les fuera posible, y las alianzas para permitir gobernar serían el resultado de las más abyectas “movidas” entre politiqueros. Personas como Lizardo Sosa, conocedores de teoría política, han visto cuál es la praxis en Guatemala, pero no parece tener idea de cómo es la realidad y en este tiempo de burla a la ley en todas las formas posibles.

Se puede pensar, ¿hay salida o no? A mi juicio, sí, pero es un muy largo camino. La corrupción juega un papel de primera en el sistema presidencialista, pero lo tendrá también en el parlamentario. Lo veo como una posición idealista, casi pueril, al analizar todas las decisiones, los nombramientos, la relación con la comunidad internacional, con los sectores internos de cualquier tema. Poco a poco se va acentuando el convencimiento del abismo de la incapacidad generalizada. En esas condiciones, no son los sistemas políticos los malos o equivocados, sino la perversión de quienes no se montan en el barco de la política sino de la politiquería, donde sin duda alguna hay lugar para todo tipo de tropa loca y de funciones circenses de mala calidad.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.

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