PRESTO NON TROPPO

Un secreto de archivo, muy secreto

A pesar de que nunca había imaginado los misterios que podía esconder un depósito de partituras, el recinto que ocupaba el archivo de la orquesta siempre le había llamado la atención. Por eso, de simple —aunque entusiasta concurrente de muchos años, a los conciertos de cada semana— el chico había logrado convertirse en el encargado de ese archivo sinfónico: un cuarto lleno de música impresa, manuscrita, fotocopiada, carpetas en uso y en desuso, algunos tratados musicales —y… polvo, mucho polvo. Era tal la capa, mezcla de tierrilla y las partículas de diesel que cubría la mayoría de los descuidados cartones y papeles, que cuando terminó de trabajar aquel primer lunes al mediodía, optó por pasar a la oficina de personal para anunciar, antes de que le pidieran explicación, que no llegaría al día siguiente, porque aparte de necesitar el martes para recuperarse de la alergia inducida por el polvillo, tendría que ir a adquirir un mandil de plástico, una gorra, una mascarilla y varios pañuelos grandes.

Sin embargo, resuelto al cabo de una semana el problema de la suciedad, emergió otro más complejo: lidiar con los jefes de sección de la orquesta, y hasta con un director huésped, a más de los profesores y los estudiantes de la escuela de música que, de pronto, solicitaban cualquier cantidad de partituras; parecía que, como había archivero nuevo, todos imaginaban que una milagrosa reorganización de las existencias haría aparecer papeles que tenían años de haberse extraviado, completar colecciones que se encontraban truncadas o deterioradas, y hasta hacer existir obras que nunca habían figurado en el repertorio. El muchacho se entregó de lleno a la tarea de ordenar cuanta partichela traspapelada se hallaba en almacén, y así, poco a poco, se restablecieron sinfonías, conciertos, obras para orquesta de cuerdas, poemas sinfónicos y oberturas. Es cierto que en un caso faltaba el papel de trombón bajo, en otro no estaba ni la trompeta tercera ni el fagote primero, en varios escaseaban los papeles de viola, y no fue posible localizar las partes, todavía escritas a mano, de algún corno inglés o de un arpa segunda.

No obstante, lo que verdaderamente llamaba la atención era la ausencia, notoria en todas las obras compuestas a partir del 1800, de las partituras de piano. Faltaban los papeles de este instrumento hasta en los “concerti” más antiguos, en que el piano figuraba como solista. Cuando por fin terminó de ingresar la clasificación en la computadora, revisó todo el listado una vez más, pero solo constató lo que ya sospechaba: en el archivo no obraba ni una sola partichela de piano. ¿Cómo podía explicarse semejante escasez? Conciertos de Mozart y Beethoven —nada. Todo el catálogo romántico —nada. Diversas partituras del siglo XX —nada. Sin poderse contener, se dirigió apresuradamente a la oficina del director de la orquesta y le comunicó su bizarro hallazgo. El maestro no parecía creerle. Pero, si hace poco se tocó un “concerto grosso”, que lleva piano obligado, porque es una obra de nuestro tiempo… —exclamó. Es cierto, contestó el joven. Lo que pasa es que esas partituras las alquilamos del archivo personal de un amigo de la orquesta. La vez anterior que él había oído esa obra había sido años atrás, cuando el piano lo había tocado quien en ese tiempo tenía el cargo de pianista acompañante. Toda una alegoría de lo que sucede en el país, cuando se trata de traer a la memoria un dato significativo. Los dos, el joven y el mayor, se miraron fijamente por unos momentos, hasta que el director anunció: necesito hablar con el jefe de personal, es urgente, antes de que se vaya a almorzar.

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