FAMILIAS EN PAZ

Una casa dividida

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La fortaleza de una nación, pueblo, familia o matrimonio radica en la unidad. Hay un poder especial cuando se tiene una misma visión, un mismo propósito. Las fuerzas se multiplican al trabajar juntos, las debilidades de uno son cubiertas por las fortalezas del otro, cuando uno se cansa el otro puede apoyarle y juntos alcanzar la meta.

Cuando hay división implica que existen dos visiones, dos formas de pensar antagónicas que trae desorden y destrucción. La desunión, enemistad o confrontación debilitan, tienen la capacidad de destruir relaciones. Una casa, un pueblo o nación no puede prevalecer o prosperar si está dividida contra sí misma.

¿Hacia dónde nos dirigimos como familia, sociedad o nación? ¿Cuáles son aquellos derroteros que permitan unirnos en una misma visión? Si no somos capaces de cohesionarnos como grupo social, estaremos encaminados a agrandar las fisuras que ya son evidentes, lo cual es peligroso y absurdo. ¿Queremos un país con educación, desarrollo social, justicia y sin corrupción? Como ciudadanos somos los llamados a trabajar para lograrlo, cada uno desde su área de influencia en la parte que le corresponde. Pero no mediante la imposición de criterios o manipulación de la verdad, mucho menos dividiéndonos por divergencias de opinión en temas secundarios que en nada aprovecha al desarrollo como nación.

El problema no radica en que pensemos distinto o que tengamos anhelos diferentes, sino en la incapacidad de ponernos de acuerdo, de lograr consensos para apoyarnos unos a otros y lograr un propósito mayor que el de nuestras metas individuales. Radica también cuando pensamos que nuestros criterios son los correctos, buscando imponerlos sin considerar si contamos con todos los elementos de juicio para emitir criterio objetivo e imparcial. Es cierto que el antagonismo es un elemento implícito en toda democracia, sin embargo no lo es del todo cuando grupos de poder radicalizan la defensa de sus propios intereses o del grupo social que representan, buscando únicamente oportunidad de relevar aquellos que temporalmente tienen el poder para darle continuidad a un sistema corrupto, sin pretender cambios profundos que beneficien a las mayorías, utilizando para ello la manipulación de la verdad a su favor.

En un momento así se hace necesario que el verdadero liderazgo, el que tiene credibilidad y representatividad, tome la iniciativa. No me refiero a los pseudo-representantes de la sociedad civil o de políticos oportunistas, sino a actores notables en tres instituciones que pueden ser garantes de un plan de nación: la iglesia, la academia y la iniciativa privada. La iglesia, enfocada a la instrucción de principios y valores que estructuren la vida de los individuos y las familias pero a la vez denunciando la injusticia o la lentitud de ella; la academia, mediante el conocimiento científico y razonamiento crítico, enseñando a los jóvenes a pensar responsablemente y a involucrarse en la solución de los temas fundamentales de la sociedad, aportando nuevas formas de hacer las cosas con una identidad de nación; la iniciativa privada, invirtiendo en el emprendimiento y desarrollo de nuevas ideas pero con responsabilidad social, diseñando una nueva manera de generar oportunidades para las nuevas generaciones.

Estamos en un punto de inflexión, con la oportunidad de estructurar un proyecto de nación del cual todos los ciudadanos nos sintamos identificados e involucrados. Nuestra tarea es la de involucrarnos, expresando nuestra forma de pensar, desechando la manipulación ideológica o la imposición de doctrinas o agendas que no compartimos. Un ejercicio reciente fue la multitudinaria marcha por la vida, con una participación histórica para un objetivo común: el respeto al valor de la vida, que la mayoría de ciudadanos compartimos, pero a la vez respetando la opinión de quienes opinan distinto. Si logramos la unidad, nada nos podrá detener. Tendremos esperanza de un mejor futuro.

rolando.depazb@gmail.com

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