MIRADOR

Vítores y críticas a AMLO

El triunfo de López Obrador ha provocado todo tipo de rechazo y alabanzas. Hay quienes lo ven como una amenaza a la libertad y otros que se regodean con la victoria izquierdista en México.

La mayor parte de las encuestas que he analizado evidencian, en la mayoría de países, un importante rechazo a los partidos tradicionales por razones diversas: corrupción, caciquismo, ineficacia percibida por ciudadanos que no ven satisfechas sus expectativas, etc. Ese “más de lo mismo”, es criticado por el votante moderno —fundamentalmente joven tecnológico— que exige mucho más del liderazgo y de la gestión pública. El ciudadano, hastiado de lo tradicional, busca afanosamente nuevas propuestas y encuentra variadas ofertas que discusivamente parecieran satisfacer sus demandas ¡Nada que ver!, más bien lo que se ha generado es un espacio en el que los outsider tienen su oportunidad. Ejemplo de ello es el señor Trump, pero también lo fueron en su momento Correa, Morales, Chávez, Kirchner y ahora AMLO; Jimmy Morales es el aporte nacional a ese club de prestidigitadores políticos.

Quienes se quejan de la llegada al poder de esos personajes —AMLO incluido— deberían pensar en las causas que han provocado estos escenarios. En España, el PSOE desbancó al PP por ineficiencia y señalamientos de corrupción y similares circunstancias se pueden encontrar en otros países. Todos ellos incorporan una arenga transversal similar: actuar contra la pobreza y la desigualdad, aumentar el número y cumplimento de “derechos humanos”, inobservados por una élite opresora-machista-racista, activar la economía nacional a través de subvenciones, inversiones estatales o nacionalización de empresas o promover leyes proteccionistas, entre otras; la palabra responsabilidad no se escucha. Cuando esa suerte de caudillos decimonónicos llegan al poder, pretenden permanecer en él —o perpetuarse— y justifican su continuación al haberlo alcanzado de forma democrática y ser “popular y masivamente reclamados”, de lo que ellos se encargan. Sin armas que sustenten tan nefasta situación, se rechaza como un golpe de estado clásico, sin reconocerse la nueva forma de incautación institucional a través de la manipulación interesada de la legalidad.

El flamante presidente de México fue un integrante del PRI que al dejarlo militó en dos partidos, el último de los cuales le llevó al poder. Un viejo político que ha prometido más de lo que puede cumplir y que en un régimen federal como el mexicano no le será fácil. Al poder de los gobernadores estatales, hay que agregar otras variables: la infiltración en la política del narcotráfico, el actuar del crimen organizado y otras “muy mexicanas”, aunque desde dichas tribunas alentarán lisonjas al recién electo.

El desencanto de la forma y gestión tradicional de hacer política ha llevado a la ciudadanía, especialmente a la más joven, a demandar soluciones fuera de la exigua oferta electoral y a solicitar cambios de los viejos modelos que no les sirven ni responden a las pretensiones del futuro al que aspiran. Hartos de lo que hay buscan —sin saber muy bien que quieren— y alientan el resurgir de populistas cuyas actuaciones inciden negativamente en la libertad individual con políticas equivocadas o de prueba y error que, lejos de avanzar hacia un mejor futuro estancan, cuando no retroceden, la precaria situación de partida.

En México, no va a pasar mucho, salvo que dentro de seis años —con mayor índice de frustración y desencanto— seguirá buscándose, al igual que en otras partes del mundo, esa inexistente fórmula mágica. Quizá otra década perdida, salvo que en lugar de atender a proclamas e imposiciones políticas cada quien reflexiones honesta y responsablemente sobre la solución ética y técnicamente posible.

ESCRITO POR:

Pedro Trujillo

Doctor en Paz y Seguridad Internacional. Profesor universitario y analista en medios de comunicación sobre temas de política, relaciones internacionales y seguridad y defensa.