EDITORIAL

Voces liberadoras

En el imaginario social se tiene la generalizada creencia de que el abuso de poder se restringe al campo político o al de funcionarios que se aprovechan de sus cargos para beneficiarse o para facilitarles privilegios a sus amigos. Si bien eso es cierto, no es el único terreno en el que se da el uso indebido de cargos, posiciones o jerarquías para incurrir en extralimitaciones éticas.

El mundo del espectáculo es el más reciente de los escenarios en el que se ha conocido de escándalos relacionados con el uso del poder para incurrir en otro tipo de abusos, donde estrellas de fama o grandes productores han utilizado su posición para incurrir en grotescos e intolerables actos, principalmente contra mujeres que aspiran a brillar en el firmamento de Hollywood.

La semana que recién concluyó dejó dos hechos que fueron noticia alrededor del mundo. Uno fue la atribución de cargos que hizo un tribunal de Nueva York contra el productor cinematográfico Harvey Weinstein, por supuestamente haber cometido violación y agresiones sexuales contra dos mujeres, aunque su caso cobró notoriedad cuando un centenar de víctimas lo señalaron de abusos deshonestos, cuyas historias afloraron en 2017.

El pasado jueves también el destacado actor Morgan Freeman fue acusado por varias mujeres de acoso sexual o de haber mostrado una conducta perturbadora en lugares de filmación o en viajes promocionales, a lo que el actor respondió de manera inmediata que ofrecía disculpas, argumentando que no es alguien que pudiera hacer sentir incómoda a otra persona.

Las denuncias contra Weinstein fueron las que más estremecieron a la sociedad, porque estrellas de renombre se sumaron al movimiento #metoo o #yotambién, para denunciar acoso sexual en el mundo del cine estadounidense, y hubo relatos dramáticos en los grandes medios de comunicación de estrellas que por primera vez narraban su traumática experiencia.

Estos casos permitieron visibilizar un enorme problema que se mantenía bajo las alfombras de los grandes círculos sociales estadounidenses, hasta que las voces de protesta se alzaron como un reguero de pólvora para denunciar el abuso de quienes desde una posición de poder abusaron de personas en un nivel jerárquico menor, una de las condiciones que favorecen el abuso, tal y como ocurre en la administración pública.

Destacadas actrices como Angelina Jolie, Salma Hayek, Gwyneth Paltrow y Rosa McGowan lograron exponer ante el mundo un problema que no es exclusivo de la esfera hollywoodense, pues es mucho más extendido de lo que se cree, con la diferencia de que el renombre de esas destacadas luminarias contribuyó de manera determinante a ventilar un drama que en muchos otros países transcurre en un oprobioso silencio.

Guatemala no está libre de ese flagelo, aunque aquí nunca llegó a posicionarse la indignación mundial como una tendencia necesaria para frenar una conducta intolerable, poco denunciada y mucho menos castigada, que no es exclusiva del mundo hollywoodense, porque requiere valor denunciar a quienes desde cargos de poder e influencia se convierten en una amenaza social.

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