Orden en el amor

¿Qué pasa con la familia? Pues que cuando formamos una familia, ese “nidito” en el que nacen los polluelos, estos crecen y llega un momento en el que abandonan el nido. Se van para formar su propio hogar y ahí es donde debe estar su primer amor. ¿Y qué pasa con los progenitores?  En el amor ha pasado a ocupar el primer lugar su cónyuge e hijos, si los tiene. Pasar a ocupar un segundo puesto requiere de generosidad y desprendimiento.  ¿Por qué puede ocurrir esto?,  porque se parte de errores graves de concepto. Si tenemos claro que nuestros hijos son  eso, nuestros hijos, y que nosotros no somos sus dueños,  no habrá ningún problema a la hora de que el dinamismo de la vida cambie nuestros roles.

Es más, estaremos encantados de que nuestros hijos sean capaces por sí mismos de solucionarse la vida y de que ya no nos necesiten como antes.

No seríamos buenos padres si obligáramos a nuestros hijos a elegir entre su nueva familia y nosotros.

Algo parecido ocurre con los hermanos. Lógicamente hay diferencias entre ellos y estas se pueden acentuar al incorporarse a la familia cuñadas-cuñados. Si hay respeto a que cada uno organice su vida según su leal saber y entender, si hay alguna diferencia, no pasará de ser un pequeño roce que lleva consigo toda convivencia, porque el cariño de hermanos no permitirá que vaya a más.

Hace unos días, en un programa de televisión,  decía un psicólogo infantil, a modo de comentario jocoso: “Se dice que se tarda dos años en aprender a hablar y 60  para aprender a callar”. Pues, algunos ya deberíamos haber aprendido a callarnos.

En el trabajo pasamos casi un tercio de nuestra vida. Nuestros compañeros no son personas perfectas, tienen defectos y debilidades.  San Agustín daba un consejo que es siempre válido: “Procurar adquirir las virtudes que creéis que faltan en vuestros hermanos, y ya no veréis sus defectos, porque no los tendréis vosotros”. Seamos positivos, veamos el lado bueno de las cosas —que lo tienen— de nuestros compañeros  en mayor o menor grado.  Una manera real y práctica de demostrar ese afecto es evitar los reproches y vivir nosotros las virtudes humanas que tiene todo hombre de bien: amabilidad, laboriosidad, paciencia, fortaleza, etc.  Tengamos el amor y la valentía de ayudar a corregirse  a algún compañero de la forma que debe hacerse: a solas, con cariño, sin humillar, poniéndonos en su lugar;  seguro que si lo hacemos así, nos escucha. Alejemos de nosotros la murmuración,  la envidia y el resentimiento.

Con los vecinos   también tenemos cierta relación. Debemos ofrecerles nuestra ayuda si la necesitan y ser amables en nuestros encuentros en zonas comunes de la casa. Interesarnos y manifestarlo si tienen algún acontecimiento fuera de lo normal: nacimiento de un hijo, nieto, una enfermedad u otra situación.

Ser amables, comprensivos y respetuosos con las personas que nos atienden de la forma que sea.

En definitiva: que esos amores que tenemos se armonicen de tal forma que cada uno fortalezca y enriquezca al otro. Eso hace más amable y  más llevadero el camino que recorremos en la vida.

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