Los papas dentro de mi visión interna
He estado pensando en estos últimos días cómo fue evolucionando mi forma de pensar acerca del papado, de Roma, del Vaticano y del catolicismo en general. En resumen, la figura del papa pasó de ser la de un lejano rey, a la de un abuelo bondadoso, un joven vigoroso y ahora un hermano hispanoparlante.
PÍO XII FUE EL primer papa cuya efigie pude ver, en las fotos de revistas de la época. Siempre cargado en un trono y por su rostro adusto, con gruesos anteojos, yo lo veía lejano, en una cima —como también a monseñor Mariano Rosell, delgado y frágil. De haberlo tenido frente a mí, no hubiera podido pronunciar palabra. Luego llegó Juan XXIII. Me impresionó verlo sonreír, lo cual no hubiera imaginado del anterior. Llenaba la imagen de un abuelo afectuoso como yo creía, y creo, deben ser los abuelos. Comencé a sentirlo como un ser común y corriente, no como un rey residente en la lejanía de una Roma inalcanzable porque no me imaginaba visitándola y porque consideraba imposible una visita suya a cualquier lugar donde yo estuviera.
PAULO VI, QUIEN LLEGÓ después, en este sentido de sentirme cercano, me provocó un retroceso. No mucho, pero algo. Posteriormente, la inexplicable muerte de Juan Pablo I me hizo tener dudas acerca de la vida en los pasillos vaticanos. Juan Pablo II logró sorprenderme con su juvenil entusiasmo, su capacidad de hablar varios idiomas, la fuerza de sus acciones —incluyendo aquellas a favor de su patria, Polonia. El papado se convirtió en un puesto religioso-mediático muy interesante. Sus tres visitas a Guatemala me hicieron sentir muy satisfecho de ser mi país, sobre todo la primera ocasión, cuando salir a saludarlo tuvo también un aspecto de rechazo al fanatismo religioso no católico de quien antes lo había practicado con vehemencia.
JUAN PABLO II ESTUVO mucho tiempo al mando. Pudimos ver el deterioro de su salud y por eso su fallecimiento fue visto por muchos como un alivio, como un descanso. Benedicto XVI es un teólogo, a quien me lo imagino más en una vieja biblioteca vaticana leyendo textos antiguos, pero supo hacerse a un lado y abdicar, por razones aún no totalmente aclaradas. Ahora, Francisco ha traído vientos de cambio y puesto el dedo en muchas llagas. Con él, el Vaticano puede ser analizado desde la perspectiva de la parte humana de su existencia, y resalta la necesidad de realizar cambios cuya importancia verdadera de seguro pasarán años antes de poder ser analizada en sus verdaderas y profundas consecuencias, a mi juicio positivas y necesarias.
LLEVAR A LOS ALTARES a dos hombres cuya existencia puede coincidir con la parte de la historia en la cual cada uno vivimos tiene un significado especial. Se trata de figuras controversiales y hasta criticables por omisión en algunos casos. Eso es cierto, pero igualmente son ciertas las condiciones cambiantes del mundo y la necesidad de un renacimiento o al menos un renacimiento de los valores fundamentales del mensaje cristiano. Ya no soy aquel niño casi asustado al ver las fotos del Papa, sino soy alguien con suficiente experiencia de vida como para ver el desarrollo de las condiciones y entender algunos cambios en la práctica de las cosas. El símbolo de esas dos canonizaciones podrá ser mejor visto cuando pasen algunos años.