Pedir perdón como una tarea de Estado

Las fotos de la ceremonia desarrollada en el Palacio Nacional, con los familiares de las víctimas masacradas, demuestra de manera clara que en cualquier tipo de confrontación bélica las verdaderas víctimas son quienes deben vivir sus vidas con el sentimiento de dolor a causa de haber perdido a sus seres queridos. Esto afecta a todos, sin importar la ideología política, los aspectos étnicos, de edad, de sexo, de nivel educativo o situación económica.

No es admisible ni tiene ninguna justificación el condolerse por el sufrimiento de los familiares de quienes perecieron por pertenecer directa o indirectamente a un determinado bando, pero no hacerlo por quienes sufrieron lo mismo, pero en el bando contrario. Los muertos ya no pueden retornar, pero quienes sobrevivieron o son familiares son quienes han llorado. El sufrimiento es causado por la desaparición física, porque no hayan podido enterrar a sus seres queridos, porque hayan permanecido muchos años con la esperanza de verlos regresar.

Por eso la solicitud de perdón es un acto en el cual una sociedad de alguna manera intenta cerrar capítulos dolorosos, injustificables, terribles. En algunas culturas, como la nipona, pedirlo es un acto de enorme valentía y se le considera prueba absoluta de un total arrepentimiento. En países como el nuestro no siempre es visto así, y se puede considerar incluso como una farsa; pero en realidad, la admisión de la culpa es un hecho que lleva algún nivel de paz interior para quien lo pide, pero especialmente para quien lo otorga.

Los actos de crueldad contra civiles inocentes constituyen una de las aberraciones de los conflictos bélicos. La guerra tiene la particularidad de sacar a flote mucho de la barbarie humana, pero en casos de este tipo esta alcanza niveles de inhumanidad que es imposible de comprender, mucho menos de aceptar.

Las acciones de los países son de Estado, no de presidentes, reyes o primeros ministros. La Orden del Quetzal es un ejemplo. En este caso, nadie puede abrogarse este perdón como un hecho humanitario propio, ni protestar porque le toca pedirlo aunque no esté de acuerdo con las razones para otorgarlo. En ese sentido, es impersonal.

Los hechos de Dos Erres ocurrieron hace más de cinco lustros. La mayoría de ciudadanos aún no existía y talvez no los conoce, pero no pueden ser justificados por ningún motivo. A los deudos les toca ahora empezar a vivir con el perdón estatal, para dar el primer paso para que paulatinamente vaya desvaneciéndose y pueda regresar la paz a sus corazones.

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