PLUMA INVITADA

Trump enfrenta problemas, pero Estados Unidos sigue febril

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Un optimista podría tener un buen argumento al respecto. Donald Trump, la figura central de la enfermedad febril de Estados Unidos, se vio aún más empantanado la semana pasada, gracias, entre otras cosas, a la condena de su compañía por fraude. Trump no estuvo personalmente en el banquillo, pero su reputación sí: el fraude involucró cheques que firmó personalmente.

Mientras tanto, el candidato republicano al Senado que Trump respaldó en Georgia fue derrotado el martes. Eso, luego de unas elecciones de medio mandato en las que varios candidatos notorios apoyados por Trump fueron derrotados.

La voluntad de Trump de socializar con simpatizantes nazis, así como sus llamados a suspender la Constitución también sugieren que va rumbo a territorio extremista de una manera que podría dejarlo marginado y siendo una amenaza cada vez menor para el país. Mi apuesta es que en el próximo periodo presidencial que va de 2025 a 2029, hay más posibilidades de que la vivienda federal de Trump sea una prisión que la Casa Blanca.

Pero podría estar equivocado, y me preocupa que sea prematuro anunciar que la fiebre nacional ha terminado. Podría decirse que, como nación, todavía enfrentamos el mayor peligro desde el final de la Reconstrucción, por tres razones.

En primer lugar, recordemos que este extremismo va más allá de Trump e incluso más allá de Estados Unidos. Italia acaba de instalar a una presidenta del Consejo de Ministros de extrema derecha cuyo partido tiene sus raíces en el neofascismo, sin duda un recordatorio de que la fiebre persiste a nivel mundial.

En segundo lugar, está el hecho de que incluso cuando Trump compartió el pan con negacionistas del Holocausto y luego solicitó la suspensión de la Constitución, los republicanos del Congreso, en su mayoría, hicieron la vista gorda. Cuando a los líderes de uno de nuestros principales partidos políticos les cuesta defender la Constitución o condenar a neonazis, es porque Estados Unidos sigue enferma de fiebre.

En tercer lugar, y de manera más crucial, nuestra disfunción política está impulsada de formas complejas por una disfunción y desesperación económica y social más amplia, una que no logramos enfrentar de manera efectiva.

Aquí van algunos indicadores de nuestra crisis nacional:

— En la actualidad, estamos perdiendo cerca de 300.000 estadounidenses al año debido a las drogas, el alcohol y el suicidio en lo que se conoce como “muertes por desesperación”. El tejido social de innumerables familias e incontables comunidades (incluida la mía) se ha ido desmoronando.

— Alrededor de 1 de cada 7 hombres en edad productiva (entre 25 a 54 años), quienes históricamente han sido el pilar de la fuerza laboral de Estados Unidos, no está trabajando hoy en día. No comprendemos bien la razón, pero no se debe a que no haya empleos disponibles; hay 1,7 puestos de trabajo por cada trabajador desempleado.

— La esperanza de vida de un niño recién nacido en Misisipi parece ser más corta que la de un recién nacido en Bangladés.

' No podemos sanar el cuerpo político si no mejoramos nuestra manera de tratar la disfunción social.

Nicholas Kristof

— Cuando tantos adultos están teniendo problemas, estos son transmitidos a la siguiente generación. Cada 19 minutos, nace un niño con dependencia a los opioides, y 1 de cada 8 niños estadounidenses crece con un padre con un trastorno por abuso de sustancias.

La pandemia de coronavirus también parece haber agravado la soledad y los problemas de salud mental, lo que ha causado también una escasez de trabajadores de primera línea que los ayuden. Los niños que sufren crisis de salud mental a veces terminan alojados durante días o semanas en salas de emergencia porque no hay otras camas disponibles.

Un médico me contó sobre el caso de un niño de 15 años en Oregón que estuvo dos meses en salas de emergencia hasta que finalmente pudieron enviarlo a Nueva Jersey cuando hubo una cama disponible allí.

Los problemas no están para nada ocultos, y están allí, aunque no comprendamos del todo las conexiones o patologías. Solo basta con caminar por un campamento de personas en situación de calle en Portland, Oregón o San Francisco; o visitar una sala de maternidad en Virginia Occidental donde los bebés recién nacidos lloran debido a la dependencia a los opioides; o conversar con residentes de Idaho que creen que los líderes demócratas forman parte de un culto satánico que trafica bebés.

Es posible que no comprendamos del todo cómo las crisis socioeconómicas generan apoyo para las teorías conspirativas y los líderes autoritarios, pero el vínculo no es nuevo. Es parte de la historia del ascenso del fascismo en Alemania, Italia y España entre las guerras mundiales. El gran filósofo social Erich Fromm describió en su obra maestra “Escape from Freedom” (El miedo a la libertad) cómo un pueblo azotado por la inseguridad y el aislamiento social puede recurrir al autoritarismo por sus promesas de grandeza y un camino a la certeza.

En el periodismo le prestamos mucha atención a la política. Pero creo que no prestamos suficiente atención a los problemas sociales más generales que moldean la ideología o, como sucede en la actualidad, impulsan el autoritarismo y el extremismo. Si bien el apoyo a los candidatos autoritarios es en particular pronunciado entre la clase trabajadora blanca, también ha ido ganando terreno en las comunidades de color de la clase trabajadora.

Por supuesto, las personas tienen libre albedrío, y nada de esto es para excusar ni al extremismo ni a la intolerancia que a menudo lo acompaña. Pero si queremos resolver problemas en el mundo político, podría ser útil reconocer que, en Estados Unidos, Italia, el Reino Unido, los problemas comienzan aguas arriba de la política. Comienzan incluso aguas arriba de Trump. Y a menos que los abordemos con más seriedad —yo sugeriría inversiones en la infancia temprana, la educación, la salud mental, el combate a las adicciones— me temo que no resolveremos ni nuestro embrollo social, ni el político.

Entonces, me gustaría poder decir que la fiebre está bajando, pero me parece prematuro. No podemos sanar con confianza el cuerpo político de Estados Unidos si no mejoramos nuestra manera de tratar la disfunción social y económica más general de nuestra nación.

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