Recordando al capitán
Toda la Poesía de Margarita Carrera, de 1984. Un libro bellamente editado, con una portada, diseño e ilustración del artista que fue Marco Augusto Quiroga, además con trabajos de varios escritores notables de la época.
No puedo dejar de copiar lo que escribí cuando Juan Fernando nos abandonó. Empezaba con unos versos de Walt Whitman, dirigidos a su amado Capitán Lincoln:
“¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!… Levántate y escucha las campanas; Levántate, para ti flamea la bandera, para ti suena el clarín, para ti los ramilletes y las guirnaldas engalanadas… El navío ha anclado sano y salvo; su viaje, acabado, concluido… Mas yo con pasos fúnebres recorro la cubierta donde mi Capitán yace frío y muerto…”. Me apropio de los versos de Walt Whitman. El capitán, nuestro capitán de los mares y de las letras ha alzado sus velas hacia el puerto inexorable que nos aguarda a todos. Lo acaricia el viento de marzo. Ese marzo que él tanto amaba: Querido marzo, ven, su novela, cobra ahora más brillo.
Mudos seguimos lentamente sus pasos hacia el cementerio Los Cipreses. Una tarde inolvidable, pero un sábado de luto: el 18 de marzo, cuando las jacarandas brindan sus flores lilas, prendidas a las ramas, regadas en las calles. Han florecido para él, han esmerado ahora más que nunca sus galas.
La banda toca La Granadera. Se le rinden honores. Se oye, melancólico el clarín de despedida, luego las descargas. Lágrimas bañan los rostros. Los corazones se encogen. Se ha ido ese hombre cabal y noble; sencillo y generoso”.
El capitán de navío, Juan Fernando Cifuentes, era un gran narrador, ha navegado por las aguas de la narrativa guatemalteca. Hace años, el 4 de marzo del 2005, le dediqué mi columna Revelaciones. Comentaba, entonces, la excelencia de su libro de cuentos Documentos del archivo. Narraciones dramáticas, una especie de Kafka en su proceso hacia la muerte. Presentía que ya le quedaba poco tiempo de vida. Uno de sus cuentos, Cuando la muerte ronda cerca, comenta sobre militares sin altos cargos que, a punto de ser jubilados, mueren violentamente, en orden alfabético según sus apellidos. Militares caídos en desgracia que no tienen a quien apelar cuando son víctimas de asesinato y acoso.
Todos los cuentos de este libro, desgarradores. “Desclasificado”, la palabra impresa en la portada. Palabra trágica para un soldado que cumplió con su deber, pero a quien jamás le favoreció la fortuna.
Quedé en deuda con él: publicó casi todos mis libros de poesía. Ensayista, narrador, catedrático universitario, especialmente conocido como editor literario, y mil otros trabajos realizados con esmero, con entrega, con amor. Jamás perteneció a esa élite de empresarios que buscan el oro y el éxito.
No era extraño que en su último viaje lo acompañaran escritores, universitarios, músicos, pintores, periodistas, militares, todos amigos (as) entrañables. Alrededor de su familia, alrededor de Martita, su esposa, a quien tanto amaba. Alrededor de sus hijos y nietos. Todos alrededor de su barca hacia la eternidad. “¡Ea, Capitán!… Que tu cabeza descanse en mi brazo!… Mi capitán no responde, sus labios están pálidos e inmóviles… El navío ha anclado sano y salvo; su viaje, acabado, concluido”.