PLUMA INVITADA

¿Sector público, parasitario del sector privado?

Roberto Chávez Zepeda

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Desde la antigüedad, y después en la época mercantilista, se ha hablado de que la economía del Estado es parasitaria de la economía privada. Sabido es que la Escuela Liberal tiene como uno de sus postulados el limitar la actividad del Estado a los campos en que la economía privada no puede actuar, y aunque estos principios liberales han debido ceder el paso a las poderosas realidades económicas que el mundo ha contemplado desde el siglo XVIII hasta nuestros días, se continúan sosteniendo ideas que colocan la actividad económica del Estado en un plano subalterno, que les es común a quienes aún desearían ver al Estado en un mero rol complementario de la economía privada.

Se habla del parasitismo del Estado porque extrae una cuota del ingreso nacional, que se supone producida por el solo esfuerzo económico de los individuos, pero se ignora o se silencia que la renta nacional no es solo el producto del esfuerzo económico privado, sino también el esfuerzo económico del Estado.

Así como el industrial que adquiere materias primas y las transforma no es parasitario del productor de la materia prima, tampoco el Estado es parasitario de la economía privada porque utilice una parte de la renta de ese sector para transformarla en bienes y servicios. A esto podría agregarse que la mera redistribución de rentas, que el Estado hace a través de su política fiscal, tiene y trae las más impredecibles consecuencias económicas y que con el uso de estas rentas trasladadas al sector público, el Estado es capaz de mantener el nivel de la renta nacional y aún acrecentarla; y lo que es más, a través de una razonable política de gastos, en una época de deflación, puede volver a reflotar una renta nacional que hubiera sido destruida como consecuencia de los trastornos cíclicos.

La escuela liberal difundió el principio de la incompetencia del Estado para actuar en la vida económica porque estimó que al Estado, ente jurídico, le faltaba el motor del interés individual, único móvil que es capaz, a su juicio, de producir una calidad óptima y allegó pruebas de cómo el Estado, en su intervención en la vida económica, alcanzaba resultados muy inferiores a lo que es capaz de alcanzar el esfuerzo individual. Sobre esas ideas, con estos argumentos y con los fracasos evidentes que el Estado ha tenido en algunas intervenciones económicas, muchos piensan en la incompetencia del Estado como algo que le fuera inherente.

Si aceptamos que la intervención del Estado —la nueva Guatemala— en la vida económica es necesaria y aún deseable para muchos, lo que procede es dotar al Estado de las instituciones necesarias para una competente actuación en la vida económica que le permita precisamente, cuando deba actuar, hacerlo con el máximo de eficiencia.

*Politólogo

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