Serrano oró en la víspera del golpe
Esta introducción obedece a que en el libro del exministro de la Defensa, general García Samayoa, esa palabra es utilizada en varios párrafos. Relata que cuando el presidente Serrano citó a varios militares a la Casa Presidencial para darles a conocer su decisión de consumar el golpe de Estado, los dejaba momentáneamente porque se trasladaba a un salón contiguo al comedor donde, a la sombra, estaba un grupo al que consultaba constantemente.
Nunca vio a esos misteriosos asesores, dice el general, y anota que uno de los generales que lo acompañaban, aprovechando la ausencia de Serrano, le dijo:
—”Mi general, dice el jefe (Serrano) que con el Ejército, o sin él, echa riata; que aunque sea solo con la Policía Nacional ejecutará su decisión, porque tal vez ellos (los policías) tienen bien puestos los huevos”. Y añade el autor del libro:
—”El general Enríquez (Mario René Enríquez Morales subjefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional), quien estaba sentado a mi lado, me dijo”:
—”Mirá Mingo. Si hay necesidad de dar un golpe, yo tengo huevos para hacerlo”.
—”No seas impertinente —le respondí— yo tengo los míos también, y bien puestos”.
Él ya se imaginaba, sigue comentando el exministro de la Defensa, “que sería otro 23 de marzo cuando encabezó aquel golpe de Estado que derrocó al presidente Romeo Lucas García. Inicialmente me extrañó por qué razón me lo había dicho, pues no era ese el momento propicio para insinuarlo, ya que era la primera vez que oíamos del propio Serrano lo que pretendía hacer; después me enteré de que él ya participaba en la preparación de un cuartelazo contra el presidente; además, lo sospechaba por algunas otras actitudes que revelaron su deslealtad, como lo comentaré más adelante. De lo que sí estaba yo seguro, en el mismo momento en que me lo decía, era que se estaba fraguando una sedición militar, pues normalmente los alzamientos están en contubernio con civiles influyentes en el desarrollo político del país, y por lo tanto desde ese momento evalué que la situación realmente era muy delicada. La sedición es un alzamiento colectivo muy violento contra la autoridad, el orden público o la disciplina militar, sin llegar a la gravedad de la rebelión. Aquel refrán es sabio: El pez por su boca muere”.
La reunión del presidente de la República con los militares llegó a su fin. Serrano no cedió ni un ápice y les soltó, como despedida, una última advertencia:
—”Estoy dispuesto a morirme, pero impongo mi voluntad; y si me voy yo, también se va Gustavo conmigo”. (Gustavo Espina Salguero era el vicepresidente de la República).
Todos salen del comedor al jardín y en uno de los corredores el general Enríquez se dirige al presidente con estas palabras:
—”Jorge, si ya tomaste tu decisión, te deseo lo mejor; si querés puedo hablar con uno de tus asesores de confianza; si lo crees conveniente; de todos modos bien vale la pena que oremos”.
El presidente asintió —ambos eran creyentes, de la iglesia evangélica Verbo— y oraron “a su manera”. El general García Samayoa, que se declara católico practicante, se limitó a observarlos.
Todo esto ocurría el 24 de mayo de 1993. La madrugada del día siguiente, Serrano dio el golpe de Estado, estremeciendo a la Nación y a la comunidad internacional.