EDITORIAL

Tenebrosa acción de las pandillas

En Guatemala existe la tendencia a ver en las estadísticas las posibilidades de convertir los números en referentes positivos y por ello siempre se ha tratado de establecer comparaciones que arrojen los resultados menos negativos. Donde más se ha intentado llevar esto a niveles poco recomendables es en lo relativo a la violencia sufrida por la ciudadanía, al punto que se rebuscan estadísticas demográficas que permitan hacer correlaciones optimistas.

Casi siempre esas interpretaciones terminan chocando contra la realidad, principalmente cuando esta desborda la normalidad. Esa dosis de crudo realismo se produjo en un largo episodio de violencia el pasado miércoles, cuando un grupo de mareros dio muerte a un integrante de una pandilla rival. Esa muerte aparentemente ocasionó una posterior vendeta por el grupo al que pertenecía el pandillero asesinado y se produjeron por lo menos dos ataques violentos contra estaciones y agentes policiales.

Lo primero que se debe tomar muy en cuenta en estas acciones de los pandilleros es que se demuestra falta absoluta de respeto y de temor a las autoridades. Solo así se explica que un grupo de maleantes incurra en semejante osadía. Esto podía encajar más bien en tiempos del conflicto armado interno, y tampoco ocurrió a gran escala, pues la confrontación se circunscribió a los bandos en conflicto, donde fue más el Ejército el llamado a responder los ataques contra las fuerzas rebeldes.

Pero lo segundo, y quizá más importante, es que estos ataques de pandilleros contra las fuerzas de seguridad ya no deben ser vistos como una señal violenta de malestar a causa de la situación socioeconómica. En el fondo queda muy claro que cuentan con un armamento sumamente letal, parte del cual incluso es de uso exclusivo del Ejército, como las granadas. Muestra más que evidente de su peligrosidad y las implicaciones que eso conlleva para cualquier aparato de seguridad y que podría ser mayor, por la facilidad de mercadear armamentos de estos bandos.

La lectura ineludible sobre lo ocurrido la noche del miércoles y en la madrugada de ayer es que la violencia propiciada por las maras no se debe tomar a la ligera. Recientemente, estos grupos han provocado un baño de sangre y de terror en la hermana república de El Salvador, y en los últimos meses muchos de sus blancos de ataque han sido agentes de la Policía Nacional Civil, lo que evidencia la gravedad de lo que podría ocurrir también en Guatemala, si no se toman de inmediato las medidas necesarias para impedirlo.

Guatemala todavía no sale de la funesta lista de países más violentos del mundo porque las autoridades y el sistema de justicia también han tolerado las enormes cifras de impunidad prevalecientes. En esta ocasión es muy serio, como lo evidencia la muerte de tres pandilleros y las heridas causadas a dos agentes policiales. Debe quedar claro que el peso de la autoridad debe ser irrefutable y trabajar al máximo para evitar esas peligrosas manifestaciones de violencia, porque puede ser más lamentable que la experiencia salvadoreña se traslade a nuestro territorio.

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