LA BUENA NOTICIA

Todos los santos

Víctor M. Ruano

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El domingo, como Día del Señor, se embellece hoy con la celebración de Todos los Santos, una fiesta hecha a nuestra medida y con los nuestros que llegaron ya a la meta final.

Hoy, la Iglesia celebra la memoria de “una muchedumbre tan grande, que nadie podía contar”, como dice el Apocalipsis, de discípulos misioneros de ayer y de hoy, cercanos y lejanos, que asumieron las causas de Jesús, viviendo el programa de las bienaventuranzas en la lucha por una vida digna con sencillez y audacia, con humildad y resistencia, con creatividad y perseverancia.

Entre ellos y ellas encontramos a nuestros mártires, a padres y madres de familia, obreros, campesinos, indígenas; también profesionales, jóvenes, gente de iglesia y tantos hombres y mujeres que pasaron por este mundo haciendo el bien.

Hoy se despierta en nosotros el deseo de llegar al cielo no como escape de una realidad tan dura que supera a la ficción, sino como resistencia a aceptar que la vida de todo ser humano es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos.

Apoyándonos en Jesús, creemos que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el deseo de vida, de justicia y de paz que se encierra en la creación, en el interior de cada ser humano y en el corazón da la humanidad.

Desde la conducta histórica de Jesús intuimos que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, víctimas del sistema, que solo conocieron en esta vida miseria, hambre, humillación y sufrimientos, no quedará sepultada en el olvido. Confiando en Jesús, creemos en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. En el cielo están los que en nuestra tierra murieron prematuramente, porque unos cuantos corruptos hicieron de la salud un negocio.

Creer en el cielo es para nosotros acercarnos con esperanza a tantas personas que el sistema impune y corrupto que tenemos las ha marginado expulsándolas al extranjero como migrantes, las ha dejado sin salud y sin oportunidades para llevar la vida con dignidad. Muchos han quedado exhaustos, hundidos en la depresión y la angustia, cansados de vivir y de luchar. Siguiendo a Jesús, creemos que un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: “Entra para siempre en el gozo de tu Señor”.

Por eso, como dice J. A. Pagola en su comentario al Evangelio de hoy, no nos resignamos a que Dios sea para siempre un “Dios oculto”, del que no podamos conocer jamás su mirada, su ternura y sus abrazos. No aceptamos la idea de no encontrarnos nunca con Jesús. No nos resignamos a que tantos esfuerzos por un mundo más humano y dichoso se pierdan en el vacío. En el cielo, dentro de esa muchedumbre, veremos que los últimos serán los primeros y que las prostitutas nos precederán. Ahí conoceremos a los verdaderos santos de todas las religiones y todos los ateísmos, los que vivieron amando en el anonimato y sin esperar nada.

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