EDITORIAL

Un viacrucis que debe terminar

Hoy, el mundo cristiano celebra la resurrección de Jesús, la figura religiosa que concentra sobre sí el mayor simbolismo del sufrimiento, el martirio y el sacrificio. Por ello, con frecuencia se suele utilizar todo su proceso y pasión para referirse a las situaciones que castigan a las personas y comunidades, que viven auténticos viacrucis encarnados en calamidades, injusticias y desigualdades afrentosas.

El guatemalteco vive a diario muchos calvarios, como la inseguridad, la corrupción, la falta de recursos públicos para la debida prestación de servicios de educación, salud e infraestructura. Y quienes más padecen por todas estas contradicciones son precisamente aquellos que menos culpa tienen, tal el caso de los niños víctimas de la desnutrición en numerosas localidades.

Sin embargo, uno de los flagelos que más ha castigado a la sociedad guatemalteca en su conjunto y que ha marcado con muerte, miedo y destrucción de la economía doméstica es la extorsión, que durante los últimos años se ha acrecentado sin que las autoridades logren ponerse al día con los medios tecnológicos para combatirla y con el cuerpo legal para procesar con celeridad y severidad a los crueles verdugos que se ocultan en la cobardía del anonimato detrás de una línea telefónica.

Los actos terroristas, como el estallido de bombas en unidades del transporte público o los ataques inmisericordes contra pilotos, solo ponen en evidencia la deshumanización de quienes integran esas redes.

Invariablemente se suele asociar a pandilleros con esos actos violentos, pero es tanta la impunidad que han surgido grupos que imitan el actuar de las maras en el mismo ilícito.

En todo caso, la acción extorsiva no solo golpea a las víctimas en sí mismas, sino que desintegra familias cuando hay ataques contra las cabezas de esos núcleos, pero además causa un fuerte impacto en el fisco, puesto que los negocios se ven obligados a cerrar o a operar a medias, con lo cual las ganancias se reducen, el bienestar desaparece, el nivel de consumo se deteriora y a final de cuentas los ingresos tributarios se ven mermados.

Es por ello que el gobierno de Jimmy Morales tiene ante sí la oportunidad de marcar un nuevo enfoque en el combate de esta mortífera injusticia cotidiana, comenzando por retomar el control de las cárceles. Dado que el presidente es experto en máximas, no le resultará extraña la sentencia, atribuida a Albert Einstein, que dice: “No se pueden esperar resultados diferentes si se siguen haciendo las mismas cosas”.

Esto viene a colación porque el mandatario declaró recientemente que los hechos violentos son un plan para desestabilizar su administración, un argumento que han repetido todos los gobernantes de la era democrática, sin demostrar al final su veracidad ni resolver la problemática.

En todo caso, lo que verdaderamente desestabiliza a un país es la falta de coherencia entre palabras y acciones, así como el divorcio entre las realidades y los cuadros paradisiacos que suelen pintar a los presidentes las roscas de allegados y aduladores que se afanan en esconder la realidad.

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