EDITORIAL

Una hora para cobrar conciencia

El entorno ambiental ha cambiado drásticamente en los últimos años, y cada vez son más las voces que se escuchan respecto del deterioro planetario que parece ser irreversible, como se pudo constatar con las variaciones climáticas en varias regiones alrededor del globo. De hecho, ayer se vivieron dos escenas atípicas en el territorio nacional, cuando una inusual lluvia cayó sobre el Centro Histórico, mientras que en Quetzaltenango una tormenta de granizo bañaba Olintepeque.

Nuestro país no es la excepción, pues aquí constantemente se reciben advertencias de organismos internacionales sobre cambios en las épocas de lluvia que pueden llegar de manera violenta, hasta el punto de causar tragedias o provocar prolongados veranos que igualmente tienen un impacto devastador sobre miles de familias de regiones vulnerables. Lo más lamentable es que ello ocurre sin que estas personas reciban la debida atención, paliativa o preventiva, por parte de las autoridades, que pasan buena parte de su gestión utilizándolos como pretexto para justificar períodos de abierta discrecionalidad en el gasto.

Precisamente la semana anterior fue motivo de críticas en diversos círculos el manoseo que ha hecho el Gobierno de los estados de Calamidad, que solo han servido para un repudiable manejo de compras que benefician directamente a quienes deciden sobre esas adquisiciones millonarias. Lo más lamentable es que eso tiene muy poco impacto sobre las miles de víctimas, quienes aún padecen por las carencias.

Cierto es que hay miles de seres humanos que encaran la adversidad en el mundo, y Guatemala es uno de los países con mayor vulnerabilidad, por lo cual debería existir mayor conciencia a nivel de Estado para apoyar conmemoraciones como la Hora del Planeta, a fin de educar y tomar acciones que beneficien a esta isla espacial que es nuestro hogar, cuya degradación continuada tendrá indeseables consecuencias sobre todos: ricos y pobres, adultos y niños, creyentes o no.

Hoy, a nivel global se celebra este evento, con el que se busca que millones de personas apaguen al menos durante 60 minutos las luces, para aliviar un poco ese consumo de energía que proviene en un alto porcentaje de fuentes no renovables. Por supuesto que en el fondo es una celebración para hacer conciencia sobre una realidad que agobia al mundo y sobre la cual todavía se hace muy poca reflexión a nivel de países, comunidades y aun familias.

Ante ese panorama resulta desalentador, por no decir indignante, que las autoridades encargadas de la preservación de los recursos naturales del país no emprendan acciones decisivas para la protección de la Biosfera Maya y otras reservas forestales del país.

Lo mismo puede decirse de la ausencia de planes para cuidar de los recursos acuíferos, como el sonado caso del Lago de Amatitlán, que en las últimas semanas ha dado de qué hablar, debido al dudoso proceso de limpieza al que ha sido sometido mediante una fórmula con la cual pareciera que se intenta diluir la indolencia y la irresponsabilidad que tienen también las autoridades de los municipios circunvecinos en ese deterioro.

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