Zabulón y Neftalí
Jesús inicia su ministerio y su obra salvadora en ambientes no fáciles, dato que es válido para la evangelización de todos los tiempos, especialmente los actuales, definidos como “post-cristianos”, en los cuales —sin faltar celebraciones, cultos, alabanzas y citas bíblicas— imperan “sombras” de ateísmo práctico, de extinción de los valores cristianos —familia, comunidad, sentido de pertenencia, etc.— e incluso humanos —prudencia, justicia, fortaleza, templanza—, donde no faltan, como bien ha dicho el santo padre Francisco, los “pecados de todos, incluso de los eclesiásticos”, pero donde, por lo mismo, la fuerza del Evangelio debe brillar como nunca, fundándose en la “luz del testimonio” antes que en solo palabras.
En un ambiente que no es solo oscuridad —¡hay tantos esfuerzos de bien!— pero donde tampoco se pueden negar “sombras” como la invencible violencia que deja tantos jóvenes muertos diariamente, la angustia económica ante el encarecimiento de la vida, la fatal indiferencia de otros, la tentación de evasión de la realidad de tantos, se hace necesario desde el comienzo de un nuevo año, un “convertirse” que pase: 1) Por aceptar que se vive en “tierra de sombras, de cultura de muerte” no porque simplemente haya poco desarrollo económico, falencias en el sistema jurídico y de seguridad, sino por diluirse el “sentido del Dios Luz” que se va haciendo cada día más lejano, más simplemente cultual pero ausente en la toma de decisiones personales, familiares o sociales. 2) Escuchar la invitación de San Juan Crisóstomo: “¿Y quién aprecia mejor la luz, sino al que duele el peso de las tinieblas?” (Homilía sobre Mateo, 4.5.). Es decir, “dolerse” y no “acostumbrarse” al lamento de las víctimas de las “sombras”: no ver como parte del paisaje el drama de los sufrientes —aún con todas las explicaciones científicas, sociológicas, históricas que así lo sugieran—. 3) Recordar que aquel que ilumina la tierra de sombras, ya no de Zabulón y Neftalí, sino de Guatemala misma y de la humanidad entera, es el “pescador de hombres” que pasa llamando colaboradores en la “pesca” o rescate de los ahogados en el mar sombrío de una historia fabricada sin lugar para Dios en la ingeniería socioeconómica, estética o lúdica, que puede generar todas las “felicidades” pasajeras que se quiera, sin respetar las grandes necesidades espirituales de hombres y mujeres del siglo veintiuno. A Él se debe seguir con esperanza, pues afirmó: “Yo soy la luz, quien me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8,12).