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Bahía de Guantánamo: mucho más que una prisión

A pesar de ser reconocida como una base militar, las condiciones de vida de sus habitantes son bastante aceptables.

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La ventanilla de autoservicio del único McDonald's en Cuba, en la Estación Naval de Guantánamo, el 22 de septiembre de 2021 (Erin Schaff/The New York Times)

La ventanilla de autoservicio del único McDonald's en Cuba, en la Estación Naval de Guantánamo, el 22 de septiembre de 2021 (Erin Schaff/The New York Times)

BAHÍA DE GUANTÁNAMO, Cuba — Cuando se nombra este lugar, las personas tienden a pensar en hombres en jaulas con uniformes naranjas, de rodillas, es decir, la imagen del día de inauguración de la prisión en tiempos de guerra, cuatro meses después de los ataques del 11 de septiembre.

Pero esta base militar es más que una gran prisión. Aproximadamente 6 mil personas viven en este puesto de avanzada de la Armada de Estados Unidos, que tiene la parafernalia de un pequeño pueblo de Estados Unidos, las comodidades de un campus universitario y funciona como una mezcla entre una comunidad cerrada y Estado policial.

Cuenta con un sistema escolar del Departamento de Defensa para los hijos de marineros y contratistas, un puerto marítimo para las misiones de abastecimiento de la Armada y la Guardia Costera, bares, campos de béisbol, vecindarios con columpios, playas con parrillas para carne asada, y alquiler de botes recreativos para excursiones en la bahía.

También tiene un McDonald’s con un autoservicio lo suficientemente ancho para vehículos tácticos, justo debajo de una iglesia con un campanario blanco en la cima de una colina. Si conduces 10 minutos en una dirección llegarás a Nob Hill, un vecindario de casas de tres habitaciones para oficiales subalternos en la base de 700 familias.

Si conduces 10 minutos en otra dirección, más allá del descuidado campo de golf de nueve hoyos de la base, llegarás a la entrada de lo que en esencia es una base dentro de la base: la zona de detención. Está bajo el mando de un general de brigada del Ejército que tiene bajo su responsabilidad a los últimos 39 prisioneros de tiempos de guerra del Pentágono y a un personal de 1 mil 500 personas, en su mayoría soldados de la Guardia Nacional en periodos de servicio de nueve meses.

La base cubre 116 kilómetros cuadrados en ambos lados de la bahía de Guantánamo, la superficie acuática controlada por Estados Unidos que divide la base en dos. Una pequeña unidad de infantes de Marina es responsable de la seguridad en el lado estadounidense de los 28 kilómetros de vallas que rodean la base. Una porción del lado cubano tiene un campo minado.

La mayoría de los días es fácil olvidar que la base se encuentra en el sureste de Cuba.

Aquí se habla muy poco español, excepto cuando una unidad de la Guardia Nacional de Puerto Rico está en el lugar cumpliendo un periodo de servicio en la zona penitenciaria. El tagalo y el criollo son más frecuentes debido a que cerca de un tercio de los residentes son filipinos y jamaiquinos. Son empleados por contratistas del Pentágono y son la columna vertebral de la fuerza laboral.

Trabajan en construcción, preparan y sirven comidas en los restaurantes, y son cajeros en los economatos. Acomodan las camas en las habitaciones de huéspedes, cortan y tiñen cabello en los salones de belleza, y ofrecen lecciones de navegación en el puerto deportivo. A ninguno de ellos se les permite traer a su familia, y residen en áreas de vivienda separadas que mantienen sus empleadores. Un pasatiempo popular aprobado dentro del salón de baile de la base es el bingo.

En algunos aspectos, la base se parece a un campus universitario, pero uno con campo de tiro, alambres de púas, cientos de soldados y marineros con uniformes de batalla, y automóviles que se detienen repentinamente en la calle a las ocho de la mañana, hora en que se transmite el himno de Estados Unidos a diario.

Algunos residentes reciben tarjetas de comida para el comedor estilo cafetería escolar. Los soldados y marineros solteros viven en dormitorios. La base tiene una tienda de recuerdos que vende tazas, vasos tequileros y remeras estilo universitario. “No hay días malos”, dice una camiseta decorada con palmeras que presume la “buena vibra” y las “mareas altas” en la bahía de Guantánamo. Tiene fiestas los sábados por la noche en el Tiki Bar, un servicio de viajes compartidos llamado Safe Ride para que la gente no conduzca en estado de ebriedad, y reuniones de Alcohólicos Anónimos tres veces por semana.

También cuenta con eventos deportivos intramuros y una campaña de concientización sobre la agresión sexual.

Pero al final, esto es una base militar. Los drones están prohibidos. La tradición de pedir golosinas en Halloween solo está permitida en ciertos vecindarios. Los fotógrafos periodísticos deben someter todas y cada una de las fotografías que toman a la censura militar. No se permite tomar fotos a las torres de vigilancia, ciertas cercas con anillos de alambres de púas y las cámaras de seguridad, así como a infraestructura crítica, como las cuatro turbinas eólicas que se elevan sobre la base y se pueden ver desde el mar.

Cualquiera que viaje a la base necesita permiso del oficial al mando, un formulario de acceso sellado que es en esencia una visa para la “República Independiente de la Bahía de Guantánamo”, y luego un asiento en un vuelo aprobado, por lo general un chárter del Pentágono desde la costa este.

El oficial al mando actual es el capitán Samuel “Smokey” White, conocido como Sam por los pocos residentes a bordo que no se dirigen a él como “señor” o “capitán”.

La base trata su propia agua en una planta desalinizadora y genera su propia energía a partir de combustibles fósiles, paneles solares y energía eólica. Se reabastece por aire y mar. Una barcaza que llega dos veces al mes desde Jacksonville, Florida, trae comida para el economato, nuevos vehículos para los militares, materiales de construcción y artículos para el hogar. Un avión con refrigerador entrega frutas y verduras frescas y otros productos perecederos dos veces por semana.

La base también tiene miles de gatos salvajes, descendientes de felinos que lograron llegar a la base a través del campo minado o de gatos domésticos abandonados por las familias de la Armada. Un grupo de amantes de los gatos preocupados fundó la Operación Git-Meow, que tiene como objetivo encontrar hogares para estos gatos salvajes y que está intentado persuadir a la Marina para que autorice un programa de voluntarios para captura, esterilización y liberación a fin de reducir la población de gatos salvajes.

Un pequeño hospital comunitario en la base ofrece atención familiar y anuncia el nombre del primer bebé de cada año nuevo en su sitio web. También se encarga del cuidado de los prisioneros, sin importar el grado de complicación, debido a una prohibición del Congreso de traer prisioneros a Estados Unidos. Cualquier otra persona con un caso médico complejo suele ser enviada a territorio estadounidense.

Hubo un tiempo, después de la apertura de la prisión en 2002 y de que la población de detenidos aumentara a un punto máximo de 660 en 2003, en el que el propósito de la base giraba en torno a la operación de las detenciones.

Los aviones de carga de la Fuerza Aérea solían traer detenidos de Afganistán, y a los residentes de la base se les ordenaba permanecer encerrados durante los traslados de alta seguridad de los prisioneros desde la pista de aterrizaje en un lado de la bahía hasta las celdas ubicadas en el otro extremo.

Los soldados en uniforme de camuflaje recorrían la base en Humvees. Miembros del Congreso, altos mandos militares, abogados del gobierno, periodistas y delegaciones extranjeras realizaban visitas regulares, y llenaban las habitaciones estilo hotel de Guantánamo.

Con el tiempo, el interés disminuyó. Hubo mucha actividad después de que el presidente Barack Obama ordenara el cierre de la prisión, y los funcionarios gubernamentales trabajaron para disminuir la población de detenidos. Sin embargo, las restricciones del Congreso hicieron imposible trasladar las últimas docenas a Estados Unidos por cualquier motivo.

La mayoría del tiempo, nadie recuerda la operación penitenciaria que puso a Guantánamo en el mapa hace dos décadas, excepto cuando una caravana de camionetas blancas sin ventanas pasa frente al McDonald’s para llevar uno o dos detenidos al complejo judicial en Camp Justice.