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Opinión: Llegó la hora del diálogo entre Rusia y EE. UU.

La escalada del a guerra en Ucrania, aunque incremental y hasta ahora contenida, ya comenzó.

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Estados Unidos y Rusia deben empezar a hablar antes de que sea tarde.  (Igor Bastidas/The New York Times)

Estados Unidos y Rusia deben empezar a hablar antes de que sea tarde. (Igor Bastidas/The New York Times)

En los cinco meses que han pasado desde que Rusia inició su guerra en Ucrania, Estados Unidos ha prometido ayuda militar a Ucrania con un valor de alrededor de 24.000 millones de dólares. Esa cifra es más de cuatro veces el presupuesto de defensa de Ucrania para 2021. Los socios de Estados Unidos en Europa y más allá han prometido 12.000 millones de dólares adicionales, según el Instituto Kiel para la Economía Mundial.

Y, sin embargo, esa suma de decenas de miles de millones de dólares no es suficiente para cumplir la lista de peticiones de Ucrania de armamento, que el gobierno del presidente Volodimir Zelenski anunció el mes pasado. Esta discrepancia entre lo que Ucrania quiere y lo que sus socios occidentales están dispuestos a dar revela que los líderes occidentales están divididos entre dos alternativas. Por una parte están comprometidos a ayudar a Ucrania a defenderse de la agresión de Rusia, y por otra están tratando de evitar que el conflicto se convierta en una gran guerra de poder.

Pero la escalada, aunque incremental y hasta ahora contenida en Ucrania, ya comenzó. Occidente está proporcionando armas cada vez más poderosas y Rusia está provocando más y más muerte y destrucción. Mientras Rusia y Occidente estén decididos a vencer al otro en Ucrania y estén preparados para destinar sus reservas de armas para lograrlo, una mayor escalada parece casi predestinada.

Sin duda, Estados Unidos y sus aliados deberían seguir suministrando a Ucrania con lo que necesita, pero también deberían, consultando a Kiev, comenzar a abrir canales de comunicación con Rusia. Un alto el fuego tendría que ser el objetivo, incluso cuando las vías para conseguirlo siguen siendo inciertas.

Entablar conversaciones mientras la lucha continúa es políticamente arriesgado y requerirá esfuerzos diplomáticos importantes, particularmente con Ucrania, y el éxito no está garantizado. Pero el diálogo podría revelar un margen posible de negociación e identificar una salida de la espiral. De otro modo, esta guerra podría terminar por llevar a Rusia y la OTAN a un conflicto directo.

La posición actual de EE. UU. asume que eso sucedería solo si los ucranianos reciben sistemas o capacidades específicas que crucen el límite marcado por Rusia. Por lo tanto, cuando hace poco el presidente Joe Biden anunció su decisión de otorgarle a Ucrania el lanzacohetes múltiple que Kiev decía que necesitaba con desesperación, retuvo de manera deliberada las municiones de mayor alcance que podrían impactar en Rusia. La premisa de la decisión fue que Moscú escalará —esto es, que lanzará un ataque contra la OTAN— solo en caso de que se suministren ciertos tipos de armas o que se utilicen para atacar territorio ruso. La idea es tener cuidado de no llegar a ese punto mientras se les provee a los ucranianos lo que necesitan para “defender su territorio de los avances rusos”, como dijo Biden en un comunicado en junio.

La lógica es discutible. El Kremlin está enfocado, precisamente, en avanzar por territorio ucraniano. El problema no es que suministrar a Ucrania de un tipo específico de armamento pueda causar una escalada, sino que, si el apoyo de Occidente a Ucrania logra detener el avance de Rusia, eso implicaría una derrota inaceptable para el Kremlin. Y una victoria rusa en el campo de batalla es, del mismo modo, inaceptable para Occidente.

Si Rusia sigue adentrándose más en Ucrania, es probable que los socios occidentales suministren aún más y mejores armas. Si esas armas provocan que Ucrania revierta los avances de Rusia, Moscú podría sentirse obligado a redoblar sus esfuerzos; y, si realmente está perdiendo, podría considerar iniciar ataques directos contra la OTAN. En otras palabras, no hay un resultado que sea mutuamente aceptable en este momento. Pero las conversaciones podrían ayudar a identificar lo que los bandos están dispuestos a negociar para encontrar una solución.

La determinación tanto de Occidente como de Rusia de hacer lo que sea necesario para prevalecer en Ucrania es la principal causa de la escalada. Los líderes occidentales deben comprender que el riesgo de un escalamiento es consecuencia de la completa incompatibilidad de sus objetivos con los del Kremlin. Calcular cuidadosamente el apoyo militar occidental a Ucrania puede ser sensato, pero probablemente no sea determinante. El impacto de esas armas en la guerra, que es casi imposible saber con antelación, es lo que importa.

La falta de límites claros por parte de Rusia podría significar que suministrar las municiones de mayor alcance que Biden está reteniendo no sería tan problemático como se temía. Pero incluso si ningún sistema de armas específico causará una escalada importante, es poco probable que solo agregar más y mejores armas resuelva el problema. Sin duda las armas occidentales han mantenido al ejército ucraniano en el campo de batalla, pero los rusos han estado dispuestos a responder con los recursos y el nivel de destrucción necesarios para ganar o al menos no perder.

Estamos presenciando una espiral clásica en la que ambas partes se sienten obligadas a hacer más tan pronto como la otra parte comienza a hacer algún avance. La mejor manera de evitar que esa dinámica se salga de control es empezar a hablar antes de que sea demasiado tarde.

Samuel Charap es politólogo sénior en la RAND Corporation. Jeremy Shapiro  es el director de investigación del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.