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Tras las violaciones cometidas por soldados rusos las víctimas emprenden una dolorosa búsqueda de justicia

Soldados rusos han cometido violaciones en contra de ciudadanas ucranianas, quienes empiezan a denunciarlos y a buscar justicia.

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Natalia Dziuba, de 46 años, llora junto al féretro de su marido en Babyntsi, Ucrania, el 30 de junio de 2022. (Foto Prensa Libre: Mauricio Lima/The New York Times)

Natalia Dziuba, de 46 años, llora junto al féretro de su marido en Babyntsi, Ucrania, el 30 de junio de 2022. (Foto Prensa Libre: Mauricio Lima/The New York Times)

Todos los días, Viktoriya tiene que pasar frente a la casa donde la violó un soldado ruso de la misma edad que su hijo adolescente.

A principios de marzo, las tropas rusas llegaron a su poblado, que tiene dos calles y está cerca del suburbio kievita de Borodianka. Poco después, narró, dos soldados la violaron a ella y a una vecina, mataron a dos hombres, incluido el esposo de esta última, y destruyeron varias casas.

“Si no piensas en todo eso, puedes vivir”, aseveró Viktoriya en una entrevista hecha en el poblado en un día lluvioso reciente. “Pero por supuesto no se olvida”.

Ella está cooperando con los fiscales porque dijo que quiere que los responsables sientan el “dolor eterno” que le causaron. “Quiero que sean castigados”, dijo.

Es imposible asegurar que los castigarán y pueden pasar años hasta que lo determinen. Las violaciones fueron una de las muchas atrocidades que las tropas rusas infligieron a los civiles ucranianos durante las semanas de ocupación en los suburbios de Kiev y otros lugares. Sin embargo, las dificultades para procesar las agresiones son enormes: las pruebas son limitadas, las víctimas están traumatizadas y a veces son reacias a testificar sobre sus agresiones, si es que de hecho las denuncian. La mayoría de los soldados acusados han desaparecido.

Los fiscales ucranianos afirman que están investigando miles de crímenes de guerra, entre los que se incluyen los asesinatos tipo ejecución y los bombardeos indiscriminados de civiles. Entre estos, “decenas” implican violaciones, señaló Kateryna Duchenko, quien supervisa los casos de violación en la oficina del fiscal general de Ucrania, un porcentaje bajo que representa solo una parte del sufrimiento. La víctima de mayor edad tenía 82 años, dijo.

Aun así, las autoridades ucranianas tratan de buscar justicia para los ataques de violencia sexual. El jueves pasado, en un caso distinto al de Viktoriya, los fiscales iniciaron el primer juicio por violación como crimen de guerra. En una audiencia a puerta cerrada en un tribunal de Kiev, acusaron a un soldado ruso de irrumpir en una casa de Bohdanivka, un poblado al este de la capital, violar a una mujer en presencia de su hijo y asesinar a su esposo. La agresión ocurrió el día después de que Viktoriya y su vecina dijeron que habían sido violadas en su poblado, al otro lado de Kiev.

El soldado enjuiciado, Mikhail Romanov, de 32 años, fue identificado por los investigadores a través de las redes sociales, según informaron los medios de comunicación, y la sobreviviente lo reconoció. Lo están juzgando en ausencia, pero el caso enviará una señal importante a las víctimas de la violencia sexual en tiempos de guerra, comentó Yulia Gorbunova, investigadora principal sobre Ucrania en Human Rights Watch.

“Esto demuestra que el gobierno se toma en serio el enjuiciamiento de los casos de violación”, señaló Gorbunova.

Durante marzo, las fuerzas rusas se retiraron de los alrededores de Kiev, incluido el poblado donde vive Viktoriya. En las semanas siguientes, las autoridades ucranianas se vieron desbordadas por los relatos de atrocidades, según Lyudmyla Denisova, que en ese momento era la máxima defensora de los derechos humanos en el país. Desde inicios de abril hasta el 15 de mayo, la línea de ayuda psicológica de su oficina recibió mil 500 llamadas de personas que buscaban apoyo para hacer frente a los delitos sexuales, la tortura y la violencia, aseveró Oleksandra Kvitko, quien gestiona la línea de ayuda.

Para investigar las violaciones, los fiscales recopilan las pruebas físicas disponibles y toman el testimonio de la víctima. Un examen médico también puede servir como prueba, pero cuando las violaciones ocurren en territorios ocupados, con frecuencia no es posible hacer un examen de inmediato, y si pasa tiempo suficiente, puede que no arroje rastros de un encuentro sexual violento.

A falta de coincidencias de ADN, los fiscales intentan basarse en otras pruebas forenses, como ropa desgarrada y signos de cortes y moretones de la víctima.

Incluso cuando es posible determinar la identidad del agresor, la mayoría de ellos no están bajo custodia ucraniana, como sucedió en el caso de Romanov, el soldado ruso que fue juzgado la semana pasada.

El Ministerio de Defensa ruso no respondió a las solicitudes de comentarios sobre el caso de Romanov, pero ha negado las acusaciones de que sus soldados cometan crímenes de guerra.

Viktoriya, de 42 años, y varios vecinos proporcionaron a The New York Times relatos de la noche de la agresión con la condición de que solo se utilizaran sus nombres de pila. Viktoriya pidió que no se nombrara su poblado porque en él vive tan poca gente que los extranjeros podrían identificarla, y le tiene miedo al acoso.

Viktoriya contó que la noche del 8 de marzo llamaron a su puerta. Entraron tres soldados rusos, apestando a alcohol.

Los soldados obligaron a Viktoriya a acompañarlos a una casa vecina, donde habían planeado llevarse a otra mujer, pero decidieron que era “demasiado gorda”, narró.

El trío de borrachos la llevó por la carretera del pueblo hasta una tercera casa, donde vivía una vecina llamada Valentyna con su hija, Natasha, de 43 años; el esposo de Natasha, Oleksandr; y su hijo de 15 años.

Cuando Oleksandr abrió la puerta, los soldados preguntaron por su mujer. “Yo también soy ruso”, protestó, y les dijo que había nacido y crecido en Crimea. Viktoriya vio cómo les suplicaba que se lo llevaran a él.

Uno de los soldados le disparó en la puerta de su casa, según relató Viktoriya.

“Fue muy cruel, no me trató como a una mujer, como a una madre, sino como a una prostituta”, dijo Viktoriya. “Me violó y, en mi presencia, mataron a Oleksandr con mucha crueldad. Los odié muchísimo. Deseo que mueran junto con Putin”.

En una entrevista en la entrada de la casa donde mataron a Oleksandr, Valentyna dijo que su hija había regresado de madrugada, buscando a su hijo. No fue capaz de decir gran cosa.

“Era como una piedra, se encerró en sí misma”, afirmó Valentyna.

La familia enterró a Oleksandr en su patio trasero, cerca de un abedul pequeño. Valentyna había comprado un árbol para cada miembro de la familia, esperando que creciera durante años antes de que alguno de ellos muriera.

Los investigadores de la policía acudieron a exhumar el cadáver un mes después, y las mujeres dieron declaraciones sobre lo que les había ocurrido y esperan que estas conduzcan a un juicio. Los fiscales confirmaron que estaban investigando tanto las agresiones como el asesinato de Oleksandr. Un vecino, Viktor, le confirmó al Times que Viktoriya había acudido a su casa esa noche y le había contado que había sido violada. Dijo que se quedó allí hasta que los rusos se fueron, pues temía que los soldados la buscaran en su casa.

Los familiares de Natasha la convencieron de que abandonara el lugar con su hijo. Ahora se encuentra en un alojamiento temporal en una pequeña ciudad austriaca donde ninguno de los dos habla el idioma. Ella está en contacto con una psicóloga ucraniana, también refugiada, con la que habla a diario.

Viktoriya comentó que no quería salir de Ucrania sin su esposo, quien, al ser un hombre en edad militar, no puede abandonar el país hasta el final de la guerra. Fue difícil permanecer en el poblado, explicó, porque todo el mundo sabía lo que le había pasado. Ella cree que los que se fueron durante la guerra y volvieron han culpado de la destrucción a los que se quedaron.

“Se suponía que esta guerra iba a reconciliar al pueblo, y ha empeorado”, dijo. “Esta guerra acabó con la mente de todos”.

Viktoriya ha vuelto a fumar, algo que dijo haber dejado antes de la guerra. También está tomando sedantes. Espera que sus verdugos sean castigados, pero ningún juicio, afirmó, podrá responder a las preguntas que sigue haciéndose:

“¿Por qué son tan agresivos con nuestro pueblo? ¿Por qué vinieron a sacar a la gente de sus hogares? ¿Por qué quemaron las casas? ¿Por qué han provocado dolor?”.