Revista D

“La justicia es relativa”

El abogado y notario es uno de los fundadores de la Universidad Mariano Gálvez.

Álvaro Rolando Torres Moss ha ejercido el Derecho por más de 50 años (Foto Prensa Libre: Esbin García).<br _mce_bogus="1"/>

Álvaro Rolando Torres Moss ha ejercido el Derecho por más de 50 años (Foto Prensa Libre: Esbin García).

Su oficina luce pulcra, espaciosa y bien iluminada. Tiene, además, adornos antiguos, pinturas y muebles de madera fina que le dan un toque de elegancia. De las paredes cuelgan decenas de diplomas que le han conferido en sus más de 50 años como abogado y notario.

Su situación, sin embargo, no siempre fue así de cómoda. “Vengo de una cuna humilde”, cuenta Álvaro Rolando Torres Moss, quien desde 1984 es rector de la Universidad Mariano Gálvez —es uno de sus fundadores—.

El profesional, nacido en Quezaltepeque, Chiquimula, el 24 de agosto de 1929, guarda tristes recuerdos de su infancia. “Tenía 6 años cuando mi padre falleció, así que mi madre, solita, tuvo que sacarme adelante a mí y a mis otros cuatro hermanos”, cuenta.

Pese a la adversidad, Torres Moss salió adelante. Se graduó de maestro en la Escuela Normal Central para Varones, cuando el profesor Mardoqueo García Asturias era el director. “En esa época (1945-1949) hacíamos muchos ejercicios cívicos. Eso influyó en que me inclinara por los pensamientos sociales. Creo que de ahí surgió mi interés por la abogacía”, relata.

Hoy, con casi 85 años, se mantiene activo, aunque ya toma la vida con más tranquilidad. “Cada dos semanas voy a Quezaltepeque, donde hago labores de agricultura en un terreno que heredé de mi mamá. Eso me sirve de terapia”.

Durante la conversación, Torres Moss habla de su paso por el ejercicio del Derecho, analiza el sistema de justicia nacional, se refiere a Mariano Gálvez —quien hasta hoy levanta polémica— y habla sobre los pastores evangélicos que lucran con la fe.

En el ejercicio de su profesión surgen muchos dilemas éticos, como el de defender a alguien que de antemano se sabe que es culpable. ¿Cómo afrontan eso los abogados?

Partimos del hecho de que todos tienen derecho de defensa, lo cual está en el artículo 12 de la Constitución. Aunque el abogado sepa que su defendido es culpable, de todas formas esa persona necesitará asesoría.

¿Y si el defendido le esconde la verdad a su propio defensor?

El caso se vuelve más difícil. Algunas personas piden que el abogado convierta en blanco lo que es negro, y ahí es cuando uno debe demostrar la ética.

¿Cree que la abogacía se ha corrompido por las grandes cantidades de dinero que se pueden llegar a manejar?

Ahí tiene el caso de los narcotraficantes; a ellos les sobran los abogados que los quieren defender. Por supuesto, no a todos les gusta asumir ese tipo de defensas.

¿La justicia es solo para quienes tienen dinero?

Mire, el que puede pagar servicios logra sus objetivos. El símbolo de la justicia, representado en una dama con los ojos vendados que sostiene la balanza de la verdad y la justicia, es relativo. Quien tiene el dinero, insisto, consigue los mejores abogados.

¿Llegan a comprar jueces?

Eso se ha dado siempre. No lo digo en demérito de ellos, pero es que, desafortunadamente, se dan esos casos.

En cuanto a usted, ¿tiene limpia la conciencia?

Sí, a Dios gracias. Hice de la carrera judicial un apostolado. Creo que dejé una buena estela, pues muchos me recuerdan como un juez probo y eficiente.

Imagino que también se habrá ganado enemistades.

Claro. Estas surgen en todo trabajo. Un cliente queda agradecido cuando uno gana un caso, pero quien lo pierde no tiene la entereza de aceptarlo, por lo que aparecen los rencores y las rencillas.

¿Alguna vez temió por su vida?

Quizás una o dos veces, pues me tocó conocer casos muy difíciles, sobre todo cuando estaba en la Primera Instancia de lo Civil. Había gente poderosa, pero he tenido la protección de Dios.

¿Qué fue lo más importante que aprendió de la abogacía?

A ver a la gente sin prejuicios. Pero no fue solo la profesión, sino la religión. En el cristianismo no hay diferencias. Todos somos iguales. La discriminación es un pecado.

¿Cómo analiza el sistema de justicia del país?

Ser juez, ahora, es un peligro, sobre todo para los que se dedican al ramo penal, pues los condenados siempre querrán tomar venganza. Asimismo, hay personas en el Organismo Judicial tentadas por el dinero, pero aun con esa situación, considero que quedan personas honradas y éticas, y eso es de aplaudir.

¿Tiene remedio el Sistema Judicial?

Pasarán muchos años para que la cosa se arregle. Sinceramente, no veo que tengan la intención de hacerlo. La sociedad guatemalteca, en general, se ha impregnado de la cultura del dinero fácil, por eso creo que las cosas no se pueden transformar de la noche a la mañana.

¿Qué opina de que en Guatemala se redacten tantas leyes para tratar de solucionar cada uno de los problemas?

Ese es un pecado, no solo de aquí sino de todos los países, ya que piensan que la creación de leyes soluciona los problemas. En Guatemala hay un mar de leyes que muchas veces dudamos si están vigentes o no.

Decía Mahatma Gandhi: “Cuando la ley es injusta, lo correcto es desobedecer”. Como abogado, ¿qué piensa de la frase?

En todos los sistemas jurídicos existen leyes injustas. Pero como esto es Derecho positivo, vigente, entonces debe cumplirse.

¿Alguna vez le interesó participar en política?

No. Mi señora madre siempre recomendó permanecer alejados.

¿Por qué?

Por lo que le pasó a mi hermano –el historiador José Clodoveo Torres Moss, fallecido en el 2013—, quien fue mal pagado por la política. Tuvo que salir del país cuando el presidente Jacobo Árbenz cayó, ya que algunos simpatizantes de Carlos Castillo Armas lo andaban buscando en Quezaltepeque. Luego de varios años regresó a Guatemala sin ningún problema y no participó más en política; más bien se dedicó a los oficios de la investigación histórica.

Usted y su hermano fundaron la Universidad Mariano Gálvez. ¿Por qué eligieron el nombre de un personaje que hasta nuestros días resulta polémico?

Las críticas en torno a él derivan de personas que no simpatizan con sus ideales. El destacado historiador Joaquín Pardo decía que en Guatemala ha habido tres revoluciones. Una cívica, encabezada por Gálvez, quien dejó atrás muchas cosas heredadas de la Colonia. La siguiente, militar, liderada por Justo Rufino Barrios. La última, la de 1944, que tuvo un tinte cívico-militar.

¿Cuáles fueron los logros de Gálvez?

Estableció el sistema nacional penitenciario, decretó la ley de divorcio, impulsó los principales cultivos del país e introdujo el sistema lancasteriano en la educación —los maestros se auxiliaban de sus estudiantes aventajados—.

Muchos biógrafos lo señalan de haber tratado de vender parte del territorio nacional.

Lo que pasa es que apoyó la colonización de Barrios, Izabal, por parte de familias belgas y holandesas. Para eso tuvo que firmar contratos, los cuales hay que interpretar según la coyuntura de la época. Según sus detractores, con esos documentos quiso regalar parte del país, pero no es así.

¿Por qué apoyaba esa colonización?

Creía que los europeos llevarían desarrollo económico y cultural a la región.

Antes, en esta conversación, me dio a entender que es evangélico. ¿Lo es?

Sí. Asisto a la Iglesia Evangélica Presbiteriana Central.

¿Qué postura tiene acerca de los pastores señalados de lucrar con la fe?

En efecto, existen; de todo hay en la viña del Señor. Hay ministros que se descarrilan y desacreditan. Creo que el verdadero pastor es el que sigue una línea recta, de bien.

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