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Cómo América Latina fue clave en la historia de la píldora anticonceptiva  (y por qué nadie lo celebra)

Pocas innovaciones médicas tuvieron un impacto más masivo y social que la píldora anticonceptiva.

Solo cinco años después de su lanzamiento en Estados Unidos, en 1960, unas 6,5 millones de estadounidenses lo usaban.

Hoy, más de 100 millones de mujeres en todo el mundo eligen esta forma de protección contra el embarazo, según datos de la Universidad de Harvard.

“La píldora” -como se conoce comunmente- es considerada un hito del feminismo ya que permitió que las mujeres pudieran tener relaciones sexuales sin preocuparse por las consecuencias reproductivas.

Y algunos también asocian su creación con el surgimiento de la llamada “revolución sexual” de los años 60.

Pero el lado menos conocido de esta pastilla tiene que ver con el papel que jugó América Latina en su desarrollo.

Por un lado porque fue en un país de la región -México- donde se creó por primera vez una hormona sintética que podía bloquear la ovulación.

Pero el principal rol que tuvo América Latina -o más bien las mujeres latinoamericanas– en la historia de la píldora es más oscuro.

Tiene que ver con los ensayos a gran escala que se realizaron en Puerto Rico para determinar la efectividad y seguridad de este revolucionario tratamiento, y que siguen siendo motivo de vergüenza para la comunidad científica.

Poco ético

La historia se remonta a 1955. Los científicos John Rock y Gregory Pincus, ambos vinculados con la Universidad de Harvard, habían logrado desarrollar con éxito una pastilla que evitaba la ovulación.

Usaron hormonas sintéticas, un avance que se había logrado en parte gracias al trabajo del científico mexicano Luis Miramontes, quien logró por primera vez crear una progesterona sintética en 1951, en ciudad de México, junto con dos colegas.

Rock y Pincus necesitaban probar la píldora en humanos para ver sus efectos pero no tenían éxito reclutando voluntarias en Boston, donde estaban basados.

Según el diario The Harvard Crimson -que en septiembre pasado escribió una crónica sobre la “oscura historia” de los anticonceptivos orales titulada “La píldora amarga”- muchas mujeres abandonaban las pruebas clínicas debido a los severos efectos secundarios.

Estos incluían “dolor, coágulos de sangre, hemorrágeas y náusea”.

Ansiosos por avanzar, los médicos recurrieron a prácticas poco éticas: probaron su píldora en mujeres con enfermedades mentales que eran pacientes de un hospital asociado con Harvard.

Pero eso tampoco alcanzó. Si querían lograr el permiso de la poderosa Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU. (más conocida como FDA, por sus siglas en inglés), debían realizar ensayos masivos.

¿Pioneras o conejillos de indias?

Fue entonces que los médicos decidieron ir a Puerto Rico.

A diferencia de EE.UU. donde había legislación que restringía el uso de anticonceptivos, en el país caribeño estaban permitidos e incluso eran fomentados por las autoridades, que querían frenar el crecimiento poblacional.

Los científicos se asentaron en Rio Piedras, un barrio humilde en el municipio de San Juan, y reclutaron a mujeres de bajos recursos.

Se estima que a lo largo de varios años cerca de 1.500 mujeres participaron en las pruebas.

“El estudio no incluía una compensación económica pero nunca tuvieron problemas para conseguir voluntarias”, informa el Crimson.

¿Por qué? Así se lo explicó en 2004 al diario The Orlando Sentinel Delia Mestre, una de las puertorriqueñas que participó en los ensayos:

“Nos sumamos rápidamente sin miramientos. A las mujeres se les dijo que se trataba de un medicamento que evitaría que tuvieran niños que no podían mantener”, contó.

En ese momento muchas mujeres usaban la esterilización o el aborto para evitar tener más niños.

Sin embargo, lo que fue especialmente controvertido es que los científicos no les informaron a las pacientes sobre los riesgos y los efectos secundarios del medicamento.

En esa época “los investigadores estadounidenses no estaban bajo obligación de obtener un consentimiento informado”, explica el Crimson.

Por ello, los médicos no estaban actuando de forma ilegal aunque muchos consideran que sí se comportaron de forma inmoral.

Las pruebas clínicas poco éticas realizadas en Puerto Rico llevaron a la creación de nuevas reglas de la FDA que exigen que los participantes sean mejor informados sobre las drogas que están probando.

Abandonadas

Los ensayos clínicos resultaron un éxito. Después de un año en San Juan los estudios se extendieron a la municipalidad de Humacao, en el este del país, y a la cercana Port-au-Prince, en Haití.

Sin embargo, según la documentación que dejaron Pincus y Rock, el 22% de las participantes abandonaron las pruebas, debido a efectos secundarios severos.

Estos estaban asociados al hecho de que las píldoras contenían tres veces la cantidad de hormonas que llevan en la actualidad.

Según el diario The Washington Post, “tres mujeres fallecieron durante los ensayos clínicos. Pero no se realizaron autopsias, por lo que no se sabe si sus muertes estaban vinculadas con el medicamento”.

Los creadores de la píldora incluso minimizaron sus efectos negativos. En una entrevista con el New York Times, Pincus aseguró que “estos efectos secundarios son mayormente psicogénicos. La mayoría ocurre porque las mujeres esperan que pasen”.

Pero además de ignorar sus problemas, los “padres de la píldora” también abandonaron a sus pacientes latinoamericanas.

Tras concluir los ensayos clínicos y una vez que la FDA aprobó el anticonceptivo oral -cuyo nombre comercial fue Enovid- en 1960, los médicos dejaron las islas caribeñas y nunca recompensaron a sus pacientes ni les brindaron el medicamento que habían ayudado a crear.

Con un precio de US$0,50 por pastilla, la mayoría de estas mujeres no volvieron a tener acceso a la píldora.

En tanto, Pincus y Rock pasaron a la historia como dos de los hombres que más contribuyeron a la liberación femenina.

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