En esta etapa es importante estimular el desarrollo de actitudes valiosas como el fortalecimiento del liderazgo participativo, señala la psicóloga y terapeuta transpersonal Vivian Solís. Asimismo, las personas que están alrededor de los adultos mayores deben apreciar y valorar las experiencias personales de ellos, para aplicarlas a momentos actuales en forma positiva, refiere la psicóloga María del Rosario Lemus.
Todo lo que se sembró en el transcurso de la vida se cosechará en la senectud: las batallas ganadas y perdidas, los éxitos y fracasos, los hábitos saludables, el crecimiento económico, emocional y espiritual, las posibilidades y limitaciones, todo se sumará y reflejará en la calidad de vida.
En esta etapa se pueden trazar nuevos objetivos y ocupar el tiempo de acuerdo con sus energías, adaptarse a nuevas modalidades como la jubilación y cambios en el estilo de vida.
Para alcanzar plenitud en esta etapa es importante que la persona practique valores como la esperanza, al anhelar tener una vida de calidad al lado de las personas que la aman y la rodean.
Hay quienes no se han preparado para afrontar la tercera edad y esto dificulta que experimenten satisfacción y plenitud, por lo que muchos se refugian en el pasado sin poder sentir mayor alegría de vivir en el presente.
Para que el adulto mayor disfrute al máximo estos años, la familia puede proveerles tareas que lo hagan sentirse motivado y se convenza de que tiene capacidades valiosas. De esa forma se sentirá productivo.
Para desarrollar
La paciencia es sumamente importante en la senectud, puesto que se llega a una etapa de menor actividad física, con más tiempo para la reflexión. Este valor le ayuda a pensar y actuar detenidamente, para sentar sus bases y dar un sentido a la edad que se está viviendo y recapacitar acerca de lo vivido.
La autenticidad y la competencia también deben desarrollarse y se evidencian en la entrega personal sincera, sin temor a ser criticado o menospreciado, así como la sabiduría, que es la práctica de la acumulación de las experiencias que la vida le dejó y su aplicación en el momento más oportuno, afirma Lemus.
Con lenguaje asertivo, el adulto mayor puede guiar, trascender y propiciar la formación y desarrollo del liderazgo participativo. Sus actitudes son primordiales, ya que contribuyen a la superación de las nuevas generaciones.
Un adulto mayor debe saber valorar sus experiencias vividas, darles importancia y ponerlas al servicio de los demás en forma positiva y constructiva.
El individuo que en esta etapa practique y transmita los buenos hábitos contribuirá al idóneo desarrollo de la personalidad de sus hijos y sus nietos.
Apoyo
En cuanto a los familiares de la persona de la tercera edad, deben valorar la etapa en que cada integrante se encuentre. Esto ampliará el círculo afectivo y dará lugar a un fructífero trabajo en equipo, que conlleve al desarrollo de valores y potencialidades de todos.
Amigos inseparables
Como todas las mañanas, Héctor salió a barrer el frente de su casa. Aún guardaba la esperanza de que volviera su único hijo, quien hace unos 40 años tomó sus cosas y nunca más regresó. Un enojo sin sentido los había apartado para siempre, y esa tristeza lo había acongojado toda su vida.
Mientras hacía esta limpieza callejera veía dirigirse a la escuela a Julito, un chiquillo de 7 años que vivía con su padre alcohólico, quien, cuando se recordaba del pequeño o en los pocos momentos de sobriedad, le llevaba sustento. El resto del tiempo, Julito se las ingeniaba para conseguir alimento, para lo cual hacía encargos de los vecinos, pintaba las viviendas o llevaba las compras de las señoras que regresaban del mercado.
Héctor conocía las vicisitudes del niño, quien era feliz cuando jugaba con sus amiguitos a sabiendas del drama familiar que vivía. Un día, el pequeño jugaba frente a la vivienda de Héctor, quien con un semblante evidente de enfado le dijo: “Haces demasiado ruido, ¿no te das cuenta de que los demás queremos un poco de tranquilidad y silencio?”. El niño vio al anciano con preocupación y le contestó: “Disculpe don Héctor, no quise molestarlo. Nos vamos a ir a otro lugar para que no se enoje”. “Sería mejor que te ocuparas de las tareas que te dejan en la escuela”, le contestó con altivez Héctor.
Pasaron algunas semanas, y Julito estaba inquieto porque dejó de ver a Héctor por las mañanas. Al regresar a casa, también notó su ausencia. Afligido, decidió tocar a su puerta un día sin temer que el anciano pudiera reprenderlo por importunarlo, pero los deseos de saber si estaba bien eran más fuertes. Toc, toc, nadie respondió; pero la puerta estaba mal cerrada y se empezó a abrir lentamente. Se adentró por un corredor oscuro, hasta llegar a la única habitación iluminada por la luz tenue que se escapaba tras la cortina. Tendido sobre la cama halló a Héctor. “Buenas tardes, don Héctor, ¿puedo pasar?”, preguntó el niño. “¿Qué haces aquí, mocoso?, ¿con qué derecho te atreves a venir?”, le respondió un anciano cuyo semblante demacrado conjugaba abatimiento, dolor y amargura. “Disculpe, don Héctor, vine a ver cómo estaba, es que yo lo quiero, aunque usted no me quiera”, le dijo el niño en su inocencia.
El anciano vaciló y reflexionó por unos segundos, y con un aire de desconsuelo le dijo: “Ay Julito, si supieras cómo estoy. Ya he vivido más de la cuenta y aunque hice lo mejor por sacar adelante a mi hijo, me abandonó, así que lo mejor es quedarme aquí y aislarme del mundo que me atormenta”, le contestó el hombre. “¡Pero si usted es bien inteligente!, acabo de ver las cosas bien bonitas de vidrio que tiene en su sala, ¿por qué no mejor me enseña a hacerlas?”, le propuso el pequeño. Héctor recordó de repente las esbeltas botellas, los coloridos jarrones y las sublimes lámparas que solía hacer de joven con vidrio soplado para ganarse la vida. “¿Te gustaron?, cuando quieras te enseño”, le dijo el anciano, quien rememoró sus años mozos y lo feliz que fue.
Esta oferta era un arcoíris que volvía a alegrar su vida que, según él, había caído en un hoyo negro. Poco a poco, el anciano y el niño se fueron acercando cada vez más. Además de enseñarle este magnífico arte, lo ayudaba con las tareas, puesto que a Julito se le dificultaban.
En las épocas difíciles para el niño, le compartía sus alimentos y le compraba ropa. Cuando el padre de Julito desapareció sin dejar rastro, decidió adoptarlo. Transcurrieron un par de años. Un día Héctor y Julito admiraban un jarrón que elaboraron juntos con suma dedicación. Con los colores que habían agregado al vidrio se podía admirar la forma que representaba a un ave fénix. “Así como esta ave, así reviví yo de las cenizas junto a ti, Julito”, le dijo el anciano agradecido.-Por Brenda Martínez