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Rigoberta Menchú recibe el Premio Nobel de la Paz

El 10 de diciembre de 1992, el nombre de Guatemala volvía a resonar en la entrega de los Premios Nobel. En este caso el de la Paz, el cual fue entregado a la guatemalteca Rigoberta Menchú Tum. 

Momento en el que Rigoberta Menchú recibe en Oslo el Premio Nobel de la Paz el 10 de diciembre de 1992. (Foto: Hemeroteca PL)

Momento en el que Rigoberta Menchú recibe en Oslo el Premio Nobel de la Paz el 10 de diciembre de 1992. (Foto: Hemeroteca PL)

Defender los derechos de los pueblos indígenas del mundo le ha dado relevancia al trabajo de Menchú Tum. 

A pesar de que en el siglo XX Guatemala se vio sumida en una serie de problemas sociales, políticos y económicos; dictaduras, tiranías y procesos gubernamentales oscuros, así como en un conflicto armado interno que duró más de tres décadas, hubo una que otra satisfacción que, por momentos, pudieron haberles levantado el ánimo a los guatemaltecos y puesto en alto el nombre de la Patria.

En ese contexto, y aunque en oscuras circunstancias, el arte y los problemas sociales generaron grandes expectativas en el exterior, sobre todo, en los círculos literarios y pro Derechos Humanos, que muy pronto se dieron cuenta de la necesidad de reconocer los esfuerzos que se llevaban a cabo para levantar el nombre del país, en uno u otro sector.


Lucha por la justicia

Era la época de toma de sedes diplomáticas en la mayoría de países latinoamericanos. Las fuerzas de seguridad guatemaltecas ya tenían como antecedente la toma de otra embajada y el gobierno del general Fernando Romeo Lucas García había señalado que no permitiría nuevamente que los campesinos cometieran hechos similares.

Eran las 11:15 de la mañana del jueves 31 de enero de 1980. Minutos antes, el embajador español, Máximo Cajal y López, había citado al ex vicepresidente Eduardo Cáceres Lehnhoff y el ex canciller Adolfo Molina Orantes, para discutir aspectos relacionados con eventos internacionales.

En ese momento, un grupo de campesinos, integrantes del Comité de Unidad Campesina, CUC, ingresó a la sede diplomática ubicada en la 10a. calle y 6a. avenida “A”, de la zona 9. Entre ellos iba Vicente Menchú, padre de la Premio Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú Tum.

Temiendo disturbios, fuerzas del denominado Comando Seis, al mando de Pedro García Arredondo, llegaron al lugar. Para entonces, los suministros de luz, agua y teléfono habían sido interrumpidos.

El hecho terminó con el incendio de la sede diplomática española, la muerte de varios campesinos, así como el rompimiento de relaciones diplomáticas entre España y Guatemala.

Ese fue, sin duda, uno de los eventos más violentos ocurridos en la década de los '80. Pero también, la oportunidad para que el nombre de Rigoberta Menchú Tum comenzara a sonar a nivel internacional.

Así, acostumbrados a ver en el indígena un ciudadano de segunda categoría, el guatemalteco todavía no concebía la idea de ver a Menchú Tum convertida en un personaje con prestigio mundial.

De esa cuenta, el Premio Nobel de la Paz le llegó a la indígena guatemalteca en un momento coyuntural favorecido por la celebración del V Centenario de la llegada de Cristóbal Colón a América, el Convenio 169, de la Organización Internacional del Trabajo, la idea de las Naciones Unidas de declarar 1993 “Año de los Pueblos Indígenas”, y el mismo proceso de paz que en esos momentos se tornaba más cerca que lejano, sobre todo por la propuesta definitiva hecha a la comandancia guerrillera por el entonces presidente Jorge Serrano Elías.

Sin desestimar la lucha y las circunstancias que obligaron a Menchú Tum y a cientos de indígenas a abandonar el país, algunos analistas opinaron en su momento que las anteriores razones pesaron en la entrega del Premio Nobel de la Paz, a una mujer nacida en un hogar pobre, e hija de un catequista muerto en la embajada de España en 1980 y una comadrona que ejerció desde los 16 años, hasta que fue asesinada a los 53.

Veinticuatro años después de la concesión del Premio Nobel de la Paz, Menchú representa la lucha de un pueblo que después de mucho tiempo en el olvido comenzó a ganar un espacio de justicia. Su activismo en varios casos judiciales es muestra de ello. 

Una de las victorias agridulces en su lucha se produjo en mayo de 2013 al producirse la condena por genocidio en contra del ex jefe de Estado de facto, Efraín Ríos Montt; un proceso que no estuvo exento de polémica y cuya sentencia fue suspendida por la Corte de Constitucionalidad días después. Este juicio tuvo que reiniciarse por errores en el proceso, según la última resolución y por el delicado estado de salud de Ríos Montt. 

Sin embargo su lucha ha encontrado luces en la oscuridad de la impunidad, esto pudo comprobarse al conseguir la condena del jefe del Comado Seis de la extinta Policía Nacional, Pedro García Arredondo, por la quema de la Embajada de España, masacre en la que falleció su padre. 

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