Guatemala

Sueño en pedazos

En los rostros el desconsuelo es unánime. Las historias cambian en detalles pero al final el sueño roto es el mismo.

Con el vuelo del viernes  solo falta un deportado para igualar la cantidad de migrantes enviados por EE. UU. en el 2012.

Con el vuelo del viernes solo falta un deportado para igualar la cantidad de migrantes enviados por EE. UU. en el 2012.

En algunos casos es el corazón el que se ha desgarrado, pues han quedado hijos, esposa o padres en EE. UU. No hay fecha para cuándo intentar volver.

Un letrero da una bienvenida que intenta ser cálida pero que en realidad no tiene sabor.

Mientras a unos les toman sus datos para ver si no tienen antecedentes u órdenes de captura, se consigue conversar con tres deportados.

Es imposible no conmoverse frente a la penuria que afrontan. Los más afortunados todavía tienen familia aquí, pero hay otros cuyos lazos con la tierra natal son difusos.

Piensan intentar la reconstrucción del sueño americano. Las turbinas del avión gris que los trajo aún suenan.

Rumores se escuchan en la sala. No se permite fotógrafo. Así que, con sigilo, comparten su historia y sus nuevas perspectivas, sombrías.

“En México me secuestraron”

Daniel sufrió en carne propia lo que les ha ocurrido a miles de migrantes: fue secuestrado por miembros del cartel del Golfo, junto con otros 71 indocumentados, hasta que su familia pagó US$3 mil por su libertad.

Ahora su anhelo es encontrar trabajo en el país, para convivir con sus seres queridos y no tener que verse en la necesidad de intentar un nuevo viaje a EE. UU.

¿Cuál fue su experiencia al intentar llegar a Estados Unidos?

La verdad es que fue muy grave, porque en Tampico, México, me secuestraron. Según decían, eran del cartel del Golfo, que en la frontera agarran a los migrantes.

¿Cómo los tratan? ¿Qué les hicieron?

Gracias a Dios, mi familia logró reunir los US$3 mil que pedían. Yo no sufrí tanto, pero a muchos les pegaban con unas grandes reglas que tenían y los amenazan a ellos, hombres, mujeres y niños, y también a los familiares, de que los iban a matar si no les pagaban.

¿Mataron a alguien?

Yo no lo vi, solo sé que cuando nos liberan lo hacen a medianoche.

¿Cómo fue su secuestro?

En México hay una gran mafia, todos están de acuerdo, los taxistas, los vendedores de boletos de buses y los dueños de hoteles. Todo el mundo coopera con ellos.

Estando ahí veía que de las mismas oficinas de autobuses iban a entregar a los migrantes. Los taxistas también: en lo que estaba secuestrado llegaron cinco que el mismo taxista los subió y les dijo que los llevaría a un hotel, pero los llevó con los secuestradores. Incluso la misma Policía colabora con ellos.

Al salir, ¿siguió su viaje a EE. UU.?

Sí, ellos —los secuestradores— tienen el lema de que “el que paga tiene derecho a ir a trabajar a EE. UU”.

¿Por qué intentó llegar a EE. UU?

Por mis hijas. Ellas me motivan a quererles dar un buen futuro. La más grande está en tercero básico y quiero que tenga las oportunidades que yo nunca tuve. Lamentablemente, en el país no hay trabajo. Además, las extorsiones no dejan salir adelante a nadie. Yo quiero que mis hijas tengan un futuro.

¿Qué piensa hacer? ¿va a intentarlo de nuevo?

En Guatemala piden demasiados requisitos en los trabajos, pero de momento mi meta es conseguirme un empleo y tratar de sacar adelante a mi familia. Creo que puedo salir adelante. No sé si recomendaría viajar, pero hay momentos en los que uno se ve obligado a ver qué hace para velar por su familia.

POR SUS HIJAS

Daniel tiene 38 años. Es originario de Jalpatagua, Jutiapa.

Tiene dos hijas que actualmente estudian tercero básico y sexto primaria.

Durante dos años trabajó en Estados Unidos, pero tuvo que regresar, por la muerte de un ser querido, y ya no pudo pasar.

Pagó Q6 mil al coyote que lo llevó, más los cerca de Q24 mil que les entregaron a los secuestradores, en México.

“Temo que a mi esposa la deporten”

La historia de Carlos ha tenido lapsos en EE. UU., adonde viajó por primera vez en el 2000. El año pasado fue deportado y dejó a su esposa, también indocumentada, y a dos hijas en ese país. Su mayor temor no es intentar regresar como ilegal, sino que deporten a su esposa, pues sus hijas se quedarían solas.

¿Cómo fue su viaje hacia Estados Unidos?

Por México fue bastante tranquilo. Atravesé en bus y en varios taxis hasta llegar a la frontera. Lo difícil es atravesar el desierto. Se sufre mucho. Hay que llevar suficiente comida y agua, para aguantar. Aunque en esta época dicen que no hace tanto calor, sí había mucho.

¿Le alcanzaron las provisiones? ¿Cuánto tiempo estuvo en el desierto?

No, a pesar de que llevaba una maleta de 60 libras, con comida para unos ocho días, pero se me terminó, estuve tres días, pero a veces uno trata de ayudar a otros que llevan poco o nada.

¿Piensa volver a intentarlo?

Tengo miedo, pero tengo a mi familia allá, a mi esposa y a mis dos hijas. Tenemos una vida hecha. Mis hijos estudian, hablan inglés, y son estadounidenses. No puedo dejar a mi familia. Mi mayor temor es que regresen también a mi esposa de allá. Imagínese, a como dé lugar tengo que llegar de vuelta, y por supuesto que lo voy a intentar.

¿A qué se dedicaba usted en Estados Unidos? ¿Cómo se dio su deportación?

Yo trabajaba en la construcción. Llegué allá cuando tenía 16 años. Me casé y tuve dos hijos. El año pasado me detuvo Migración y me deportaron en septiembre. Al estar en Guatemala junté dinero y regresé en mayo. Luego me deportaron.

¿Ha pensado regresar y traer a su familia para Guatemala?

Están muy pequeñas. Una tiene 8 años y la otra, 6. Ellos tienen otra cultura y yo nunca he trabajado en Guatemala. Además, tendría que arreglar muchos papeles, sus pasaportes y no sé qué otras cosas más. Tal vez cuando crezcan un poco más y puedan comprender lo que nos pasa.

¿Recomendaría a otros que intenten llegar a EE. UU.?

Los que no tienen familia allá mejor que no lo intenten, es muy riesgoso y no vale la pena.

VIAJÓ A LOS 16

Carlos tiene 29 años. A los 16 años viajó por primera vez a EE. UU.

Es de Comitancillo, San Marcos, uno de los municipios  con mayor índice de pobreza de ese departamento.

En EE. UU. conoció a su esposa, con quien tiene dos hijas, de 8 y 6 años.

Domina el inglés, al igual que su familia, pero nunca ha trabajado en Guatemala.

Carlos está convencido de que regresará a EE. UU., puesto que no abandonará a su familia en ese país.

“Pensé que moriría; solo le pedí a Dios”

Rebeca partió el 5 de septiembre hacia Estados Unidos, junto a dos amigas. A sus 24 años ya experimentó lo difícil que es atravesar el desierto de Arizona.

Asegura que no intentará regresar porque no quiere correr de nuevo el riesgo de morir.

¿Cómo fue su experiencia en su viaje a Estados Unidos?

Muy difícil. Gracias a Dios no nos pasó nada. Con el grupo que íbamos caminamos por el desierto siete días de mucho calor, y siempre huyendo de la Migración. Sufrimos mucho. La gente se desmaya y se queda tirada a su suerte, y uno tiene que seguir caminando para no morir.

¿Murió alguna persona del grupo en el que usted viajaba?

En el grupo íbamos como 40 personas; ninguna murió, pero sí nos encontramos con cadáveres de personas, unas cuatro o cinco conté. Cuando nos sorprendió la Migración todos salieron huyendo, y nos quedamos las tres solas un día, hasta que encontramos una carretera.

¿Corrieron riesgo de morir en el desierto?

Pensé que moriríamos. Lo peor fueron las noches, cuando los animales se acercaban adonde dormíamos y a algunos los picaban las culebras. Fue horrible. Una noche un montón de coyotes nos rodearon, solo nos quedó pedirle a Dios. Pero también fue desesperante el quedarnos sin comida en los primeros cuatro días.

¿Cómo fue su paso por México?

También muy triste y sufrido. Nos subimos al tren de Arreaga hasta Ixtepec y después hasta Medias Aguas. Fueron cuatro días en donde en cualquier momento se puede caer uno del tren. A algunos los golpean las ramas de árboles cuando es de noche.

Se dice que pandilleros cobran una tarifa para permitirles viajar en el tren. ¿Es así?

Sí, nosotras pagamos 500 pesos cada una. También piden comida o cualquier artículo de valor, si uno no lleva dinero. Los mareros dicen que es su autobús y que si no pagan los avientan del tren.

¿Recomendaría a otros viajar a EE. UU.?

—Solloza— No. Es muy arriesgado y se gasta demasiado para nada. Es casi seguro que a uno lo deportan porque hay muchos controles. Lo que no sé es qué voy a hacer aquí para superarme.

VIAJE POR AVENTURA

Rebeca tiene 24 años y es originaria de San Cristóbal Totonicapán.

Antes trabajaba como doméstica en la cabecera de ese departamento.

Afirma que viajó a EE. UU. porque quería aventurar y ganar más dinero.

Gastó Q15 mil en el viaje, entre el pago al coyote y extorsiones. Los consiguió gracias a préstamos que le hicieron familiares.

Rebeca afirma que se quedará en su municipio natal a buscar trabajo porque ya no intentará ir a EE. UU.

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