Claro: por un rato podemos “poner alegre el ambiente”, al finalizar la jornada o una semana de trabajo, con canciones y parranda; es nuestro modo de realzar fechas y ocasiones especiales. No solo es apropiado y grato, sino necesario para la vida. Ritmo y palabra al servicio de la celebración y del jolgorio. Pero ¿la forzada cháchara y el incesante repiqueteo de aparatos instalados en todas partes, a todas horas, todos los días? ¿Por qué ese pavor a la plática serena y a la convivencia apacible entre familiares, amigos y colegas?
Ahora, llegada otra temporada en que se vende cualquier cosa, incontables altoparlantes repiten, “mañana Nochebuena / pasado Navidad”. Como siempre, y por lo menos durante todo noviembre y diciembre, los comerciantes pugnan, afligidos, por la atención de sus clientes con los mismos y trillados lemas con los que han porfiado por décadas. Que el mes más lindo del año, que es tiempo de compartir, que celebremos juntos una letanía vacía y fastidiosa, aunada a la palabrería y a los sonsonetes de locutores, presentadoras, vendedores, predicadores, bocinas en las aceras y pantallas en los comedores. Bulla y más bulla, en cuanto espacio público pueda contaminarse de todo aquello que nos aleja del diálogo con nosotros mismos y ahoga nuestra voz interior. En fin, unas felices y tranquilas fiestas.