En los alrededores del Hospital General San Juan de Dios hay varias casas y locales que en algún momento de su historia sirvieron como funerarias.
Actualmente aún hay unos cuantos que siguen funcionando como tal y les voy a contar los sucesos que tuvieron lugar en una de ellas ya hace algún tiempo.
Gonzalo había comenzado a trabajar apenas hacía un par de semanas en una funeraria a unas cuadras del Hospital General. Esta, estaba ubicada justo detrás del teatro de Bellas Artes en la Avenida Elena de la zona 1 de la capital.
Era una casa grande con varias puertas a la calle y tres pisos.
En el primero de estos se hacían las velaciones, tenían cuatro espacios para hacerlas y cuando estaban llenas no podían recibir otro difunto, así que normalmente no tenían mucho trabajo, pero se sostenían bastante bien con los tres empleados que allí elaboraban, incluido Gonzalo.
Preparaban a los difuntos
El segundo piso era el área donde preparaban a los difuntos y donde había una pequeña y abandonada capilla con algunas bancas que en su momento sirvieron en algún velatorio principal de la funeraria. Pero que, después de algunos años se dejó en desuso debido a la incomodidad que significaba para ellos estar preparando a algún difunto y tener a solo unos cuantos metros la capilla con algún velorio.
Varias veces, por descuido, las personas entraron cuando se llevaba a algún difunto y quedaron impactadas. Era solo una pared y una puerta la que separaba a las personas de los cadáveres que pudieran estar siendo vestidos o maquillados.
Así que el dueño decidió clausurarla, botar la pared que separaba los dos ambientes y convertirlo en uno solo en el segundo piso. La capilla y las bancas quedaron en el lugar y servían como el depósito de los cadáveres que estaban esperando a ser llevados a la parte baja para ser velados por su familia.
En el tercer y último piso estaba la bodega. Allí se guardaban velas, bases para colocar los ataúdes en alto para el velorio, flores sintéticas, algunas sillas, crucifijos y claro, algunos ataúdes que por alguna razón quedaron olvidados y empolvados en el lugar.
Todo esto se lo habían mostrado y explicado a Gonzalo cuando llegó a su primer día de trabajo. Había dos empleados más, doña Sandra encargada de maquillar y vestir a los difuntos y también de preparar la comida y el café que incluía el velorio.
El otro empleado era don Fernando, piloto del carro funerario, encargado de ir a recoger los cadáveres al hospital, morgue o de la casa en donde la persona había fallecido y también de preparar la capilla en donde se llevaría a cabo el velorio.
Y Gonzalo, quien ayudaba a don Fernando en el traslado de los cuerpos y la preparación de los velorios. Los tres se encargaban también de la limpieza y seguridad del lugar.
Todo iba muy bien, Gonzalo comenzaba a aprender el ritmo del trabajo y se llevaba bastante bien con sus compañeros. Don Armando, el dueño de la funeraria, llegaba muy poco al lugar y cuando llegaba solamente hacía algunas cuentas y luego se marchaba.
Era un trabajo bastante tranquilo y aunque el sueldo no era el más grande, sí era lo suficiente para vivir tranquilamente. Al menos lo era para Gonzalo quien vivía solo y muy cerca de la estación de Bomberos Voluntarios en la zona 3.
Había que ir a la morgue
A las 10 de la noche de un 11 de diciembre, don Fernando despertó a Gonzalo levantándole la gorra que tenía sobre la cara. Unas personas habían solicitado un servicio y debían ir a recoger un cuerpo a la morgue del cementerio de la zona 3.
Gonzalo se levantó rápidamente y después de ponerse otro abrigo salió a la calle en donde estaba el carro funerario y en donde don Fernando ya lo esperaba. El frío era intenso, el auto estaba mojado de los vidrio por lo mismo y costó un poco que funcionara por la misma razón.
Las calles cercanas al Hospital General estaban bastante concurridas aún a esa hora a pesar de tanto frío, esto por la cercanía con el Santuario de Guadalupe, que en horas comenzaría con su celebración anual.
Después de algunos minutos de pasar lentamente entre la muchedumbre y charlar un poco sobre aquella tradición, por fin don Fernando y Gonzalo se dirigían a la zona 3.
Calles desoladas
Las calles allí estaban silenciosas por la hora y por el frío y la larga calle del cementerio parecía más tétrica de lo normal. Al llegar a la morgue preguntaron por la persona que había solicitado el traslado del difunto y una señora de más o menos 50 años les hizo señales y les indicó que ella los había contactado.
Necesitaba que se llevaran y prepararan a su hija para el funeral. La hija había muerto hace unas horas y quería que iniciaran todos los preparativos para el velatorio.
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Don Fernando y Gonzalo sabían qué debían hacer y mientras la señora se dirigía a indicar que ya habían llegado por el cuerpo de su hija, ellos sacaron una caja de metal en donde trasladarían el cadáver hacia la funeraria. Era cosa de rutina para ambos.
Entraron y encontraron en una camilla el cuerpo de una joven que tenía las manos bastante lastimadas. La pusieron en la caja metálica y la llevaron sin mayor contratiempo a la funeraria. Allí doña Sandra la vistió, maquilló y la preparó para su velorio, el cual transcurrió sin mayor novedad más que la intensa tristeza de la familia que inundó de llanto el lugar todo el tiempo que el velorio tardó.
Luego la caravana mortuoria se enfiló hacia el Cementerio General, en la zona 3, y allí se quedó el cuerpo de la joven.
Don Fernando y Gonzalo volvieron a eso de las 6 de la tarde a la funeraria y como no había más que hacer, decidieron ir a dormir al segundo piso. Después recogerían todo lo que se usó para el velorio, no había prisa.
La banca se movía sola
A las 11.30 de la noche el sonido de una de las bancas de la capilla golpeando el suelo fuertemente despertó a don Fernando y a Gonzalo. Los dos saltaron del susto, estaban casi en total oscuridad en el lugar y se dieron cuenta de que habían dormido más de lo que tenían planeado.
La luz de la planta baja subía por la rampa que comunicaba ambos pisos y eso era lo único que iluminaba levemente el lugar. Otro fuerte golpe los hizo levantarse de los colchones que usaban para dormir y ambos se dirigieron rápidamente hasta donde se encendía la luz.
El interruptor no funcionó, por más que Gonzalo lo apretaba la luz no encendía, así que lentamente y sin ponerse de acuerdo comenzaron a caminar hacía la rampa.
Una de las bancas entre la vieja capilla rechinaba mientras ellos caminaban en oscuras. Un llanto de mujer comenzó a ser audible para ambos.
Un llanto triste
Era un llanto triste que helaba la sangre, no se veía quién era, solamente sabían que era una mujer por el tono de su llanto.
Cada vez estaban más cerca de la rampa, pero el miedo hacía que sintieran las piernas pesadas y la respiración entrecortada.
Al fin llegaron y corrieron juntos hacia la planta baja buscando a doña Sandra. Si ella no estaba abajo seguramente lo que escucharon era su llanto; sin embargo, al llegar a la cocina ella se encontraba allí y les preguntó
¿Qué fue lo que vieron? Están pálidos pálidos ¿Qué les pasó?
Le explicaron lo que habían escuchado. El llanto, los golpes de la banca y la luz que no encendía.
Contándole todo estaban cuando vieron desde la cocina que la luz del segundo nivel se encendió. Se vieron entre sí y decidieron sin decir nada que debían subir a ver si aquello era real, una alucinación o a buscarle una explicación racional.
Lentamente los tres comenzaron a caminar sobre la rampa, no se escuchaba nada, el silencio era total. Llegaron los tres hasta el segundo piso, la luz encendida no mostró nada más que lo habitual. La pequeña capilla y las camillas vacías, ninguna mujer, ni se escuchaba ningún llanto.
Al llegar más o menos a donde ellos creían que lo habían escuchado -el llanto-, se encontraron solamente con una banca vacía.
Manos ensangrentadas
Pero un fuerte golpe en el tercer piso los hizo ver hacia arriba y cuando volvieron la mirada hacia abajo vieron a una chica con las manos ensangrentadas y envueltas por algo que parecía ropa hecha pedazos y también llena de sangre.
Estaba acostada boca arriba sobre la banca y golpeaba el vacío sobre ella, lloraba, gritaba y se manchaba el cuerpo y la cara con la sangre que salía de sus manos.
Parecía intentar escapar de una caja invisible que la mantenía cautiva. Con cada golpe que daba, las manos sangraban más y más.
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De pronto se quedó inmóvil y con los ojos cerrados. Gonzalo, don Fernando y doña Sandra estaban petrificados, no podían moverse y no sabían qué hacer.
Lo que estaban viendo era demasiado para sus ojos, doña Sandra comenzó a articular palabras, pero no se entendía qué trataba de decir.
“Vengo por ustedes”
Las manos sangrantes de nuevo comenzaron a golpear el vacío y mientras doña Sandra gritaba “es ella”, la chica en aquella banca abrió la boca de tal forma que casi desapareció su cara completa y gritó: “Vengo por ustedes”
Los tres corrieron hacia la planta baja y trataron de salir a la calle. Las puertas estaban cerradas y por la rampa se veía una sombra que bajaba lentamente.
Golpearon la puerta pidiendo auxilio y nadie escuchaba. Las bombas de la iglesia cercana explotaban en el aire ahogando sus gritos de horror.
Buscaron refugio en la pequeña cocina donde preparaban la comida, no tenía puerta así que no servía de mucho.
Apagaron las luces, y en la total oscuridad escuchaban cómo lentamente algo bajaba por la rampa. Paso a paso se acercaba hasta ellos.
Sandra, ¿Quién es? ¿Por qué gritaste “es ella”?
Es la chica del funeral, la del accidente.
¿Qué accidente? ¿Cuál chica?
La chica del ultimo funeral, la de las manos destrozadas. Su mamá me contó que tuvo un accidente automovilístico, quedó atrapada entre el carro hasta morir, golpeo el techo del carro hasta que se le destrozaron las manos y cuando la encontraron era demasiado tarde. Murió desangrada.
¡No puede ser, nosotros no tenemos nada que ver! ¿Por qué quedría hacernos daño?
No lo se Fernando no lo sé
Gonzalo escuchaba todo con el corazón a punto de salir de su pecho. Aquello que bajaba por la rampa arrastrando un pie y golpeando fuertemente el otro era un muerto.
Los muertos no caminan
Los muertos no caminan, los muertos no vuelven del más allá. Él ni siquiera la conocía, nadie allí la conocía, tenía que ser una pesadilla, tenía que serlo.
Los pasos se detuvieron al finalizar la rampa. El silencio era interrumpido por las bombas y el sonido de algunos cánticos en la calle.
En la oscuridad algo los buscaba. Algo que reanudó su caminar cuando al parecer los ubicó en medio de la oscuridad. De nuevo el arrastre de un pie y el golpe del otro se acercaba.
Gotas de sangre
Doña Sandra lloraba, don Fernando lloraba, Gonzalo no sabía qué hacer, estaba a solo unos pasos. Las gotas de sangre se escuchaban caer en el suelo y un último golpe del pie la colocó frente a la cocina en total oscuridad.
El reporte de la Policía indicaba que al llegar al lugar encontraron a tres personas con crisis nerviosa y con las manos destrozadas por intentar salir por las puertas de la funeraria que se encontraban cerradas, pero sin llave.
Podían haber abierto fácilmente desde dentro. Al preguntarles qué sucedía, contaron una loca historia de un espíritu que los perseguía.
El espíritu de una chica que días antes había fallecido víctima de un accidente y que había sido velada en el lugar.
Luego de una inspección no se encontró nada y los tres quedaron recluidos en el hospital General San Juan de Dios, donde se les daba tratamiento por las heridas en las manos y la crisis nerviosa.
El dueño del lugar se hizo cargo de los gastos y tampoco supo explicar qué sucedió aquella fría noche en vísperas del 12 de diciembre.
Fin
Este contenido fue reproducido con autorización del autor @Yosh_G
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